Corazón azul
Por Pablo Gamba
Miguel Coyula se ha convertido en un emblema de la incomodidad política en el cine cubano actual. Es un honor que debe no solo a funcionarios de la cultura y la policía en Cuba, su país, donde vive, sino que se ha hecho extensivo a Miami, ciudad en torno a la cual se ha mantiene una caricatura de la diáspora cubana. Allí ha tenido lugar el más reciente episodio de la serie “Coyula vs”..., como las películas del Santo, en la que el cineasta y la libertad de expresión siempre encuentran la manera de ganar. El Festival de Cine de Miami no incluyó Corazón azul (2021), su más reciente largometraje, en la selección de este año, aunque ha tenido un destacado recorrido. Por este motivo se ha organizado un pase paralelo en streaming.
Quizás sean más perceptibles en el extranjero las apropiaciones que distinguen y hacen actual el cine de Coyula en el contexto latinoamericano, como el animé japonés y los filmes de la ciencia ficción distópica. Corazón azul incluye fragmentos de animación y otros detalles de estilo inspirados en ese cine asiático, y relata una historia de experimentos, impulsados por el personaje de Fidel Castro en la ficción, para crear el “hombre nuevo” de la revolución –ideal moral del Che Guevara– por medio de la ingeniería genética.
Pero la relevancia de la obra de este cineasta, y de esta película en particular, en el contexto del cubano, se debe a que está marcada por el diálogo con la época de esplendor del cine de la Revolución, especialmente con su realizador más trascendente, Tomás Gutiérrez Alea. Es algo explícito en Memorias del desarrollo (2010) por referencia a Memorias del subdesarrollo (1968), de la que también hay un fragmento citado en Corazón azul.
Hay dos apropiaciones claves de este cine aquí: el collage, estilo emblemático, también, del documentalista Santiago Álvarez, y la provocación como dispositivo instigador del debate, acompañada de la estrategia de darle la voz al “enemigo”, característica de Gutiérrez Alea.
Por lo que respecta al collage, Corazón azul es “una película en la que se puede meter de todo”, como el director, personaje en su propio film, define Memorias del subdesarrollo, y en los fragmentos de disturbios en los Estados Unidos, algunos grabados por Coyula en ese país, puede verse una referencia al corto Now (1965), de Álvarez.
Pero esta técnica tiene un uso diferente más importante en Corazón azul. No se inscribe en una concepción del cine como análisis de lo real, que para Gutiérrez Alea va profundizando del noticiero hasta la ficción, pasando por el documental.
En Coyula, el collage es creación de una delirante realidad paralela en la ficción.
La premisa de la historia es que la conducción de la revolución cubana por Fidel Castro fue en cierto modo análoga al delirio de un científico que se propuso moldear la realidad con experimentos de todo tipo. La película es delirante de un modo análogo: hay un el minucioso uso de las técnicas de los efectos especiales digitales ‒artesanal por los recursos a los que tuvo acceso el cineasta‒ para construir los espacios de la Cuba imaginaria con planos que son collages compuestos con imágenes registradas en diversos lugares reales. Grafitis, helicópteros y hasta una central nuclear se destacan en este sentido.
El collage, también comprende composiciones en las que se divide en dos el plano y movimientos de cámara que pasan de una a otra escena en la misma locación, por ejemplo. A esto se añade otro dispositivo: la transmutación. El estilo de la cámara puede ir del cine al videojuego sin solución de continuidad, como ocurre en la subjetiva de un personaje que corre por los pasillos de un edificio abandonado, convertido así en laberinto. La composición puede transformarse de maneras sorprendentes en las que la búsqueda del efecto domina a las construcciones verosímiles del espacio y el tiempo, al igual que en el animé.
El uso de abundante material tomado de la televisión y manipulado digitalmente también es crítico de la capacidad que tienen los medios de comunicación de representar distorsionadamente lo real, como lo hace la misma película. Es particularmente notable la manera como se editaron discursos de líderes como Donald Trump y Barack Obama, además del mismo Fidel Castro, para hacerles decir lo necesario para la historia con sus propias voces e imágenes.
La narración resultante es tan fragmentaria que se incluyó la figura de un crítico que da pistas al público para que pueda seguirla. Es algo que se inscribe en la preocupación del cine cubano, en su apogeo, de hacer películas innovadoras pero comprensibles para el público, sin ser condescendiente. Después, el oficialismo optó por bajarles el nivel hasta lo televisivo.
Esta estrategia de Corazón azul podría ser descrita como una versión pop gótica de una búsqueda reiterada en el cine cubano actual: la de problematizar, enrareciéndola, la representación una realidad sobre la que pesan tantos estereotipos por lo que respecta a los defensores y a los detractores de la Revolución. Aquí se radicaliza por la búsqueda explícita de incomodar como estrategia de un cine político que hace de la provocación su arma retórica para generar debate.
Por lo que respecta a la estrategia de dar la voz al “enemigo”, Corazón azul es más radical en su elección que el exburgués Sergio –comerciante y rentista expropiado con indemnización–, protagonista y narrador de Memorias del subdesarrollo. Si la película no hubiera estado “maldita” de nacimiento en Cuba, como consecuencia del rechazo oficial al documental Nadie (2017) en particular, pero también de Memorias del desarrollo, habría que atribuirlo a personajes análogos a los que, operando desde los Estados Unidos, hicieron estallar bombas en hoteles de La Habana para sabotear la recuperación de la economía con el turismo, después del hundimiento del llamado “período especial”. Pero los terroristas también son parte del fracaso delirante que es la Cuba distópica de Corazón azul y son, por tanto, sometidos a la misma crítica que el régimen.
Si ese es el punto culminante de la provocación en la película hay que agregar que en ella también participan destacadas figuras de la cultura cubana que mantienen diversas posiciones políticas. Hay un personaje que interpreta Fernando Pérez, que es la voz más respetada del cine oficial crítico, director de filmes como La vida es silbar (1998) y Suite habana (2003), pero también aparecen la célebre artista disidente Tania Bruguera y el grupo de punk rock opositor Porno para Ricardo, liderado por Gorky Águila, entre otros.
Esto último también hace de Corazón azul una película emblemática de la cultura cubana actual, con toda la creatividad y los debates que le dan vida. Llama la atención, por tanto, no solo la actitud de rechazo del Festival de Miami, sino la escasa presencia en el circuito de festivales obras como esta o los mediometrajes Terranova y Abisal (2021), de Alejandro Alonso Estrella, aunque el primero, codirigido por Alejandro Pérez, fue premiado en Rotterdam, por ejemplo. También de largometrajes como Entre perro y lobo (2020), de Irene Gutiérrez, y Quiero hacer una película (2020), de Yimit Ramírez. Todavía falta, al parecer, para que algunos programadores salgan de la comodidad “ideológica”, la “paz mental de las fórmulas”, como la llama el poeta y cineasta Gianni Toti en Memorias del subdesarrollo, y abran sus mentes, sus corazones y su mirada al cine cubano de hoy.
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