Sansón and Me

Por Pablo Gamba 

Sansón and Me fue la ganadora de la competencia internacional de Sheffield Doc en 2022. Se estrenó en Tribeca y es el quinto largometraje documental dirigido por Rodrigo Reyes. Su película anterior, 499, fue galardonada en ese festival de Nueva York por la fotografía de Alejandro Mejía, que también trabajó en Sansón and Me; ganó el Premio Especial del Jurado en Hot Docs y compitió también en el Ficunam. 

Se trabaja en Sansón and Me con la actuación y con reconstrucciones estilizadas de una manera que recuerda el estilo de Errol Morris. Es una técnica usada desde los orígenes del documental, que utilizó Robert Flaherty en Nanook, el esquimal (1922). En este caso, el uso de un actor se debió también a que el protagonista de la historia real, Sansón Noé Andrade, no pudo ser filmado porque cumple cadena perpetua en una prisión de los Estados Unidos, en California, por su participación en un asesinato. 

La fuerza de esta película, como de todas las que recurren a estos dispositivos, descansa en la tensión entre la puesta en escena y el estilo de la fotografía, que hacen evidentes las reconstrucciones, y la verosimilitud de la interpretación del papel de Andrade por Gerardo Reyes, que había actuado antes en un film mexicano. Otro aspecto destacable de Sansón and Me es que le asigna al espectador la tarea de comparar el relato del delincuente con la representación del personaje y del crimen en el documental, y darse cuenta de las contradicciones que hay entre ambas versiones. 

En este caso, la tensión se agudiza por la combinación de la representación del proceso de realización de la película, que incluye el casting para la selección del protagonista y la exposición que hace el cineasta de sus motivaciones personales para llevar a la pantalla el caso, por una parte, y la impresión de autenticidad que puede dar el intercambio de cartas reales o ficticias entre el preso y el director, por otra. En esta correspondencia, leída en over por Rodrigo Reyes y su actor principal, se cuenta también la historia de una amistad que surge entre el cineasta y el personaje, y que incluye confesiones personales y reflexiones de ambos. A contramano del efecto de distanciamiento que pueden crear otros dispositivos, el espectador podría hacerse así la ilusión de que le relatan un encuentro de dos seres humanos que tienen en común su condición de inmigrantes mexicanos en los Estados Unidos, por encima de las divisiones de clase y la cuestión moral de que uno de ellos es un criminal convicto. 

Sansón and Me se decanta, así, por la humanización del delincuente sin ocultar lo terrible de sus crímenes, lo que tiene entre un paradigma en la novela A sangre fría (In Cold Blood, 1966), de Truman Capote. Está descartada, por la índole del caso, la posibilidad de un documentalismo épico que se proponga demostrar la inocencia y hacer justicia para los falsamente condenados. Es algo que Rodrigo Reyes le dice con toda claridad a Sansón Andrade: que no debe hacerse esas ilusiones con la película. 

Sin embargo, Sansón and Me flaquea en esa humanización por su falta de profundización en el contexto social del crimen, en particular, y en la violencia de las pandillas mexicanas, en general. Se añade a esto que tampoco indaga en los vínculos entre los delincuentes inmigrantes y las organizaciones criminales de los Estados Unidos. Incurre así en el lugar común de la xenofobia que atribuye a los extranjeros la causa de los problemas nacionales, a pesar de su discurso explícito contra la discriminación que sufren los mexicanos en ese país, incluido el director.

 
Esto se agrava por la representación de México en Sansón and Me. En su deliberada ingenuidad se olfatea incluso el mito del buen salvaje. Hay que decir que también está acompañada de contradicciones que buscan crear un efecto de distanciamiento, como las que plantea un testimonio sobre el crimen organizado, su represión y las consecuentes desapariciones de personas, con relación a la puesta en escena del pueblo donde nació Andrade. También es contradictorio lo que se cuenta sobre la drogadicción de la hermana del protagonista y los problemas de violencia que salen a flote en el rodaje en ese país. Pero la estilización hace que la pobreza parezca parte del folklore del pueblo de pescadores, y no el problema social que es, y la relación entre la falta de oportunidades y el “trabajo” en el crimen queda fuera de campo.

También hay críticas explícitas en Sansón and Me al sistema de justicia y penitenciario. Si bien no se plantea la posible inocencia del protagonista, queda claro que su condena fue el resultado de una mala decisión tomada en un proceso judicial en el que las sentencias se negocian. El problema con esto es que la estrategia retórica de la humanización tampoco tiene como correlato una profundización en la deshumanización del sistema. Está descartado, en consecuencia, un ácido cuestionamiento de la degradación de la persona humana por la pobreza, primero, y de la destrucción física que sigue a la redención del preso en la cárcel, como en El Chacal de Nahueltoro (1969), de Miguel Littin. Se trata de un documental coproducido por Estados Unidos y México, y destinado a la televisión pública estadounidense. No puede haber allí un retorno del nuevo cine latinoamericano.

Esta nota se publicó originalmente en Desistfilm.

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