Flores del otro patio y Aribada

Por Claudia Arteaga Olórtegui

Una tendencia en el cine latinoamericano reciente la constituyen películas protagonizadas por personas racializadas de la diversidad sexual. En esta tendencia, sus vidas, sueños y deseos se abordan desde perspectivas celebratorias, fecundadas a través de estéticas cada vez más contundentes, disruptivas, libertarias. En líneas generales, están son las propuestas de dos cortos experimentales que, además, tienen en común la inclusión de dimensiones lingüísticas, estéticas, rituales y, en el caso del segundo corto, personas de naciones originarias. 

Flores del otro patio es dirigido por el cineasta colombiano, Jorge Cadena. Es una co-producción suizo-colombiana y ha ganado premios en numerosas competencias de festivales como el Filmfest Dresden (Alemania), el Experimental Film & Video Festival de Zurich, entre otros. Trata sobre un colectivo queer del norte colombiano que lucha contra una minera, la cual busca alterar el curso del río Ranchería en territorio wayuu, en la Guajira. Debido a esta lucha convoca a la comunidad a que se movilice en solidaridad con el pueblo Wayuu y confronta a los representantes de la minera en una conferencia de prensa. 


Los close-ups, la preferencia por los espacios cerrados y una elaboración ritual y apocalíptica del tiempo logran construir un imaginario guerrero drag que emerge para desafiar el sistema. Las Flores encarnan una resistencia antineoliberal en contra de la muerte que representa la minera no solo para el pueblo Wayuu, porque –como señala el discurso ecologista— con la muerte de la naturaleza viene la desaparición de todas las vidas. Frente a esta posibilidad de cancelación del futuro, Flores del otro patio propone una potencia política basada en la “interseccionalidad de las luchas” –término de Angela Davis—, en que converge la del mencionado pueblo originario, levantado ya en la Guajira, y de este colectivo de guerreres que, como sujetos también discriminades, racializades, vulnerades por el poder, no pueden sino engarzar su proyecto emancipatorio, concretado en sus cuerpos, con el llamado wayuu a defender la vida. 

Aunque esta propuesta política es explícita en gran proporción en el corto, Flores cuenta con una fuerza visual que transmite la contundencia de este compromiso, en una combinación interesante con una tensión interna representada por una de las Flores, quien en un momento duda y se resiste a luchar para no morir. En general, se trata de una estética que irrumpe debido al uso certero de los planos cerrados, la variedad en el ritmo, la firmeza de los gestos actorales. El resultado es una crítica al tiempo del progreso, la noción sacrificial del cuerpo queer (como vida que no importa) y a la muerte como condena biopolítica. 

La estética drag en los personajes, por su parte, es una expresión de cómo esta interseccionalidad entre las luchas indígenas y queer se carga también en el cuerpo, como no podría ser de otra manera. Los ropajes guerreros con los que las Flores realizan su activismo adoptan elementos indígenas desde una exageración camp. Esta indumentaria se presenta como reflejo de un encuentro intercultural politizado a través de la militancia. 

Por su parte, Aribada, coproducida por Colombia y Alemania, ganadora del Emerging Talent Prize en el Festival de Oberhausen y premiada como el mejor corto colombiano en el Festival Internacional de Cine de Cali, es la primera obra del dúo compuesto por la colombiana Natalia Escobar y Simon(e) Jaikiriuma Paetau, alemán de ascendencia colombiana. 

Circunstancias y rasgos temáticos lo acercan al corto anterior: Aribada también se escenifica en Colombia y se centra en la vida de un colectivo de diversidad sexual. Esta vez se trata de un colectivo real, el cual está integrado por mujeres emberá chamí y embera katió que habitan la región del Pacífico norte. Ellas se hacen llamar “las Traviesas”. Aribada cuenta la vida apartada de ese grupo de mujeres que viven juntas y laboran como trabajadoras agrícolas recogiendo café. A ellas, un espíritu del mismo nombre las resguarda y vitaliza. 

En el corto, la naturaleza aparece de arranque. No es trasfondo, ni destino, como en Flores sino más bien terreno presente en muchas dimensiones. Animales, alimentos sagrados y habituales como el maíz, aparecen en el espacio de la casa comunitaria en una de las escenas iniciales, abriendo instantes oníricos que no se viven como tales. La naturaleza es esfera cotidiana, espacio también de trabajo y lo espiritual. Aribada elabora esta polivalencia que traslada a otros ámbitos para atacar una percepción racional de la realidad y centrarse progresivamente en un plano ritual, que es en donde se concentra la fuerza visual del corto. 

En líneas generales, lo que importa en Aribada, antes que una lógica que estructure la vida de este colectivo, es desatar un revuelo estético. Este se forma con la variación de los planos y el dramatismo de los ángulos, en la vistosidad de la puesta artística, en la proximidad entre los cuerpos y la naturaleza, de lo cual resulta un trastorno de la linealidad temporal, de la cotidianidad del trabajo y la sobrevivencia. Sin negarnos del todo ese transcurso cotidiano, el corto nos abre hacia la ruptura y el goce. La aparición escénica y ritualesca de Aribada, que se presenta como un personaje humanoide y una bestia devoradora, mitad juguar, mitad humana, es la culminación de ese proceso.


Sin embargo, ese clímax estético contrasta con otros momentos planteando una disonancia que cabe comentar. En la escena de aparición de Aribada, le vemos en un plano fijo, presentándose en lengua emberá y participando de una performance ritual. Aquí la palabra “performance” adquiere un sentido de teatralidad en esta suerte de síntesis de lo emberá trans que se despliega ante nosotros, mediante un escenario maquinado con elementos naturales y rituales a modo de props

Por su parte, las Traviesas, en otras escenas, aparecen desgranando el maíz, trabajando en el campo, en una discoteca o sentadas en la calle. Siempre auspiciadas por la presencia múltiple de Aribada. Este en un momento dice: “Yo quería contarles sobre las chicas Traviesas… Tenemos que crear un mundo como el jaibaná, como el chamán, pero para las chicas trans”. Esta frase abre la pregunta sobre cuál es el lugar de la estética camp en la cotidianidad de la vida emberá, según lo plantea la película. Es decir, ¿desde qué perspectiva surge la recreación de Aribada?  

En este punto conviene volver a una de las escenas iniciales en donde una recién llegada mujer trans emberá conversa con otra mayor. Hablan sobre la discriminación que enfrentan como mujeres trans por parte de las comunidades de ese pueblo originario. La conversación es clave porque la reflexión es sobre la vestimenta y, por tanto, la visualidad. La ropa, como dice la mujer mayor, se puede variar entre la occidental y la propia, pero sin perder el arraigo cultural. Después de todo, la moda cambia, pero la cultura no, dice ella, mientras que, para la otra, la reinvención de la tradición es tan necesaria como inevitable: “En esta Colombia hay diferentes formas de existir”. 


Esta frase, que se nos queda, genera el efecto de que la escena centrada en Aribada hace cortocircuito con una visión más colectiva, menos aparatosa (como la escena final), más desde los códigos mismos encarnados por las mujeres emberá, encargadas del proceso de transformación de sus propias tradiciones y de quienes no volvemos a escuchar palabra. Así, el espíritu de Aribada y su puesta ritual quedan como un artificio externo que opaca justamente las voces y presencias que el corto propone reivindicar, planteando además una visualidad que se acomoda más a un ojo acostumbrado a exotizar a los pueblos originarios. 

Flores del otro patio y Aribada son dos cortos de aparición reciente que constituyen acompañamientos estéticos a realidades indígenas a las que se acercan de distinta manera. En el caso del corto de Cadena, tenemos un lenguaje que no abandona del todo la legibilidad, porque importa entender el mundo que recrea desde los procesos de conciencia de los sujetos racializados que protagonizan estas historias. Cabe decir en este punto que el reparto está conformado por personas queer que son activistas en la realidad, cuyas acciones buscan incidir en el contexto retratado por el corto, que es también el suyo. 

Si bien en ambos cortos la elaboración estética es compleja y efectiva, en Aribada esta adquiere un realce más vigoroso porque la legibilidad es abandonada del todo. Esa es su propuesta atrevida, que, no obstante, viene de la mano con algunos desbalances que abren cuestiones no menores, relacionadas con la distribución de la voz de las personas originarias retratadas y la naturaleza de la perspectiva queer que da forma a la experiencia sensorial y reivindicativa de las Traviesas. Con todo, son dos cortos que ponen sobre el tapete alianzas estéticas y políticas desde una radicalidad queer y una lucha por la afirmación identitaria y vital indígena, dos ejes que exploran con arrebato emancipatorio.

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