Eclipsis y Oculto

Por Mariana Martínez Bonilla

Dentro de la selección experimental de ULTRAcinema encontramos algunas obras que proponen una serie de preguntas en torno a las heridas del mundo. En ellas se articulan de manera creativa algunos argumentos en torno a la devastación de los paisajes y los ecosistemas.

Eclipsis (México, 2023), de la mexicana Tania Hernández Velasco, y Oculto (Colombia, 2023), del colombiano Sebastian Wiedemann, son formas fílmicas experimentales que ponen en crisis la relación del hombre con la naturaleza al explotar los recursos propios del medio cinematográfico, que van de la materialidad al montaje.

En la primera de ellas, Hernández mezcla imágenes documentales, atribuidas al inexistente grupo de expertos en lepireptodología (rama de la entomología dedicada al estudio científico de los insectos lepidópteros; es decir, de las polillas y las familias de mariposas) de la Universidad Nacional Autónoma de México, así como de las colecciones del mismo tema, albergadas por dicha institución, con el performance de la coreógrafa Aura Arreola en el Jardín Botánico universitario.

A manera de especulación ficcional, Eclipsis propone algunas hipótesis en torno a las probables consecuencias del encuentro entre los seres humanos y las mariposas eclipsis (Danaus plexippus eclipsis), una subespecie de la mariposa monarca que posee en sus escamas toxinas capaces de producir alteraciones sensoriales a sus depredadores.

Desde el inicio del cortometraje, una voz femenina encargada de la narración en off ofrece algunos datos científicos acerca de las mariposas, describe sus características y se enfoca en aquellas oriundas del Valle de México. En algún momento, la narración es interrumpida por las imágenes de una mariposa abandonando su crisálida se entrelazan con las de una mujer cuyo cuerpo emula aquel abandono del capullo. Se trata de la propia Aura Arreola, quien convierte su cuerpo en superficie sensible, para devenir mariposa.


Al concretarse la metamorfosis el montaje anuda imágenes caleidoscópicas (¿acaso ven así las mariposas?) de los pies y manos de Arreola en su encuentro con elementos de la naturaleza (el agua, las flores y una tortuga), con algunos primeros planos que muestran a la bailarina comportándose como un lepidóptero. La alteración sensorial de esta mujer-mariposa, producida por el supuesto consumo de las toxinas de la mariposa Eclipsis, se convierte en el nivel de la recepción en una sobre estimulación visual y sonora.

En el plano sonoro, ello acontece a partir del privilegio absoluto los sonidos vocales y corporales de Arreola, los cuales, asumimos, son similares a los que la inexistente mariposa produciría, los cuales se enfrentan a una banda sonora instrumental de cuerdas y a un paisaje sonoro natural en el que podemos escuchar el crujir de las hojas y las ramas que se mueven con el viento (las pudimos observar segundos antes gracias al montaje).

Por su parte, en el nivel visual, la película se nos muestra como háptica: el grano de la película Super 8 mm produce una impresión táctil que es realzada por los juegos de luces y contraluces que la cineasta invoca para realizar el registro del performance de la coreógrafa. Se trata de texturas que apelan de una u otra manera a las texturas propias de las alas de las mariposas. ¿Acaso no es el grano del filme una escama fotosensible como lo son aquellas estructuras celulares que conforman las alas de una mariposa?

La voz, mientras tanto, retorna en la forma de una enunciación misteriosa. La lectura retoma un comunicado del Grupo de Expertos en Lepireptodología con una entonación neutra y solemne, pero repentinamente una segunda voz, cercana a un murmullo se añade en otro plano. Ésta nos advierte de la existencia de información crucial, omitida en dicho informe. Se trata de la experiencia de la Dra. Elisa Enciso y algunos de sus colegas, quienes experimentaron “intensas sensaciones de ligereza y aleteo”, recorriendo todo su cuerpo, durante el estudio de la Danaus plexippus eclipsis.

Esta segunda voz repite constantemente la palabra “aleteo”. Las imágenes, ahora circulares, se convierten en planos microscópicos en 4k de las alas de varios tipos de mariposas. Así, a través de esta alteración visual, que también ya se anunciaba en lo sonoro, asistimos a la exploración de algunas de las condiciones de posibilidad de un emplazamiento no antropomorfo del conocimiento en torno al mundo en el que habitamos. La forma híbrida del cortometraje de Tania Hernández pone en relieve las consecuencias de la acción humana sobre el entorno natural en la forma de una especie amenazada, cuyos mecanismos evolutivos se convierten en armas capaces de desarticular la percepción de sus depredadores con tal de salvaguardar su integridad. ¿Es posible una redención multiespecie?

Por otra parte, en Oculto Sebastian Wiedemann articula la catástrofe del mundo en la forma de una jungla herida. Se trata de una composición audiovisual, como afirman los créditos finales, filmada en formato Super 8 mm, posteriormente digitalizada, que, según el sitio web del también académico, lleva por subtítulo “[La vergüenza del ser humano]”.


Al inicio de este filme, cuya duración es de 08:35 minutos, asistimos a una superposición de imágenes que muestran zonas urbanas y espacios naturales. Los paisajes montañosos y boscosos se entrelazan. Posteriormente, el mar hace su aparición, acompañado por la escena en la que un Cristo reposa sobre una hamaca y seguido por escenas en donde algunos hombres afrodescendientes pescan con lanzas. En otras imágenes vemos a hombres y mujeres paseando, ya sea en embarcaciones u otros medios de transporte motorizados. En resumen, aquello que Wiedemann usa como materia prima es el metraje encontrado procedente, probablemente, de algunas filmaciones amateur que documentan viajes turísticos.

En todo momento, la presencia de sprockets del lado derecho de la pantalla nos hace conscientes de la naturaleza y la materialidad de las imágenes que el cineasta remonta. La imagen de lo que probablemente sea un eclipse solar, y que pudimos observar en su minimizado esplendor al inicio del filme, acompasa también el cambio de tono del mismo. Su fundido hacia una pantalla roja que nos recuerda a la transición que realizará Louis Patiño en Samsara (2023), su más reciente obra documental, para indicar el tránsito del alma de una anciana, cuyo viaje vital ha culminado.

Sin embargo, en el caso de Oculto (2023), esta transición cumple otra función, quizá la de anunciar explícitamente la suerte de contraposición dialéctica entre aquellas imágenes del esplendor turístico y las de un grupo de hombres con una sierra, quienes llevan a cabo la tala de árboles selváticos. Durante toda la secuencia de cierre, los tonos rojos que veíamos durante la transición invaden las imágenes y acompañan una lectura sobre la violencia que el hombre es capaz de ejercer sobre la naturaleza.


A ello se suma la cada vez más inquietante banda sonora de Aidan Baker y Gareth Davis, la cual mantiene al espectador a la espera de una resolución de otro orden para aquella contraposición. En Oculto, todos los elementos paratextuales y textuales se relacionan íntimamente. La descripción del propio Wiedemann funciona como un correlato articulador del sentido de aquello que vemos en la pantalla: “Los cuerpos celestes algo enuncian en medio a su misterio. La luna se hace roja, el planeta llora, la caída es más profunda de lo que podríamos imaginar. Oculto, algo al acecho. En el medio, un réquiem o quizás una elegía. Lo incierto como camino que nos lleva a una catástrofe que no sabemos si es pasada, presente o futura. Pero que sin duda es memoria profunda de un oscuro secreto. Los susurros rotos de una selva herida.”

Opera aquí algo que definitivamente encuentra sus referentes teóricos en los planteamientos sobre el montaje de Walter Benjamin, Bertolt Brecht y Aby Warburg, pero también en quien quizá sea el más famoso de sus exégetas, Georges Didi-Huberman. Y, es que, para todos estos pensadores, las imágenes, en sus múltiples articulaciones, fuera del contexto original al que pertenecen, es capaz de rebelarse en contra de sí misma y de sus sentidos primigenios. Así, las imágenes que Wiedemann remonta, se desprenden de las intenciones “documentales” de sus creadores, para abrazar una nueva significación, relacionada con una crítica estético-política del Antropoceno y la catástrofe ambiental que azota al mundo. De ahí la urgencia de escuchar los susurros de la selva herida.

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