Engrama y Hermano bienamado

 

Por Mariana Martínez Bonilla

Como parte de la selección experimental de ULTAcinema XII, encontramos algunas obras que hacen uso del metraje rescatado. En ellas, el archivo es movilizado de diversas maneras para dar cuenta del poder de las imágenes para resistir no solo el paso del tiempo y sus embates, inscritos en sus superficies en la forma de rasguños, manchas u otras degradaciones materiales, sino también diversas formas de olvido.

Se trata de casos que provienen de una larga línea genealógica y que bien podríamos pensar a partir de lo que, en su momento, Hal Foster denominó “impulso de archivo”. Es decir, una serie de estrategias artísticas, desarrolladas a mediados del siglo XX, pero rastreables hacia los años de la preguerra, en las cuales el material de archivo es arrancado de sus contextos originales (en el caso de los filmes que aquí se revisan, de archivos y memorias familiares), para insertarlo en un nuevo universo simbólico y contextual.  

Según Foster, la finalidad de dicho desplazamiento no es otra más que la de hacer que la información histórica, a menudo olvidada, destruida o censurada, esté físicamente presente para poder garantizar la existencia de lecturas e interpretaciones no hegemónicas. Así pues, en las obras que aquí comentamos, la afirmación de las cualidades contingentes y fragmentarias del archivo activan, a través del rescate y remontaje de imágenes en movimiento, una nueva epistemología de la crisis de la memoria y la representación, capaz de desafiar los relatos familiares lineales y unívocos.

En primer lugar, Josué Hermes, creador mexicano, presenta su obra Engrama (México, 2023). En ella se tematiza el problema de la memoria. ¿Cómo se conforma la memoria?, ¿de qué está hecha?, ¿acaso se compone de fragmentos informes y aberrantes experiencias?, nos invita a preguntarnos este cortometraje que forma parte de la sección experimental del festival mexicano.

Con una forma que resulta innovadora frente al cúmulo de filmes que abordan el mismo tema y con materiales del mismo tipo, Engrama se presenta como una refrescante elaboración del trabajo arqueológico con el archivo de una película familiar. En dicho trabajo audiovisual las imágenes aparecen fragmentadas, en segmentos rectangulares sumamente delgados que las convierten en franjas abstractas, unidas unas a otras a través de un ritmo frenético acompañado por una composición musical igualmente abstracta.


Hacia el minuto 04:40, las franjas comienzan a formar una imagen inteligible. Una niña con coletas porta unas flores amarillas. Detrás de ella aparece una mujer. Comenzamos a hacer sentido de aquel código de barras, que aparecía y desaparecía ante nuestros ojos, siempre reconfigurándose. Las imágenes de la sonriente niña ceden su lugar a un grupo de fotogramas. En unos, una niña rompe una piñata, tradición mexicana por excelencia durante las celebraciones de cumpleaños infantiles. En otros, una mujer posa frente a algunas casas en una zona habitacional. Por último, un payaso y otra piñata.

En su sucesión, estas imágenes conviven en la pantalla. El código de barras se transformó en una retícula. Finalmente, víctimas del paso del tiempo, aparecen otras imágenes que parecen pertenecer a las mismas secuencias. De tal manera, Hérmes apuesta por la explotación de los recursos que tiene a la mano: el tiempo y la materialidad de sus imágenes, las cuales resisten al olvido, haciendo visible la historia de una familia y, más aún, de sus miembros más jóvenes,en forma de jirones, fragmentos, recuerdos confusos y abstractos.

Por otra parte, en Hermano bienamado (México, 2023), Gabriela Granados apuesta por una forma epistolar tan íntima que nos hace pensar en las míticas obras maestras o, mejor aún, los diarios de Jonas Mekas.

En este filme, al mismo tiempo que aparecen imágenes de orígenes heterogéneos (archivos de flores, mujeres danzando, el diagrama de un corazón, las fotos de un niño sonriente jugando en una alberca, etc.), la voz de la directora relata los momentos de felicidad compartidos por ambos hermanos. Se trata de archivos visuales provenientes de su propio acervo familiar y de repositorios en línea. Entre ellos destaca la secuencia de E. Muybridge “Ave volando”.


La dominante aquí es la voice over. Ella articula la sucesión de imágenes, la cual ocurre a corte limpio y sin intervención alguna. Al mismo tiempo, esta voz justifica el sentimentalismo propio de su acompañamiento musical, una pieza original de Rafael González Casañas. Dicha narración da cuenta de la admiración que G. Granados sentía por su hermano: “Me doy cuenta de que ni los golpes, ni la sopa de cebolla, ni la oposición del mundo entero pudieron apagar tu voluntad, tu disposición a pagar el precio que fuera necesario, tu sed de sentir, tu curiosidad, el gran anhelo de tu corazón”.

Una vez más, el uso del archivo sirve aquí como herramienta a través de la cual explorar la ausencia de un ser querido. La memoria toma forma de imágenes que registraron el pasado en el que el hermano bienamado de Gabriela aparece constantemente. La sucesión de imágenes sucede mayoritariamente a corte limpio y sin intervención alguna. Sin embargo, destaca una de ellas en la que se imprimieron algunos trazos sobre el material visual. Se trata de una secuencia en la que algunos niños y adultos juegan en una piscina. Intuimos que estas imágenes corresponden al registro visual de una visita a un balneario, realizada por la familia Granados. El carácter lúdico de esta intervención determina una nueva dinámica entre el espectador y las imágenes que están por venir.  Esta es una estrategia estética narrativa con un potencial aún por explorar que condiciona un nuevo tipo de relación entre forma y contenido.


En algún momento, el énfasis melancólico del discurso audiovisual de Gabriela Granados convierten a Hermano bienamado en una superficie sensible para la inscripción de una afectación tan profunda que termina convirtiéndose en una suerte de esta elegía dedicada a Ulises Granados, en la cual las contradicciones del duelo son exploradas de una manera sumamente creativa e íntima.

Finalmente, sobra decir que aquí el espectador no se enfrenta a ninguna clase de artefacto audiovisual novedoso. La forma utilizada por la directora emula aquellas propias del video-ensayo y el diario, como se mencionó unas líneas más arriba. Sin embargo, esto no le resta importancia ni mérito alguno, pues esta obra, las imágenes se presentan como fragmentos anacrónicos de la experiencia e inducen nuevos modos del sentir y la afectación en torno al duelo y el olvido.

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