Lumbrensueño
Por Pablo Gamba
En Zonazine, la sección más interesante del Festival de Málaga, participa Lumbrensueño (México, 2023), del Colectivo Colmena, dirigida por José Pablo Escamilla. En 2022 ganaron el premio a la mejor película iberoamericana de esta competencia por Mostro (México, 2021). Lumbrensueño tuvo apoyo de Biennalle College Cinema, que trabaja con películas de muy bajo presupuesto ‒en términos europeos‒ y se estrenó en el festival al cual está vinculado, el de Venecia. Compitió en el Festival de Morelia, en México, y en los de Chicago y São Paulo.
La historia está ambientada en la zona industrial metropolitana del Valle de Toluca y sus personajes principales, Lucas y Oscar, son dos adolescentes que trabajan en una hamburguesería. Son proletarios, pero sin haber dejado de ser adolescentes. Se parecen en eso a la Alexandra y el Lucas de Mostro, que se estrenó en el Festival de Locarno. La ópera prima de Escamilla se destacó por el giro antipornomiseria en el tratamiento de las “desapariciones”, buscando una forma de abrir la sensibilidad frente a la normalización del horror en los lugares comunes de la narrativa del narco y la “guerra contra el narco”. Es una búsqueda de algunas películas mexicanas desde Tempestad (2016), de Tatiana Huezo, por lo menos, y que Karina Solórzano señala en un ejemplo más cercano: Sin señas particulares (2020), de Fernanda Valadez.
En Lumbrensueño hay una mirada socialmente sensible a la juventud trabajadora, a los chicos y chicas de cada vez menos edad en el “mercado laboral”. Hay una notable atención a los detalles que muestran cómo la explotación se extiende más allá de lo que el sentido común entiende por eso. Un ejemplo es el intento de aprovecharse también de la espontaneidad y creatividad que se atribuye a los jóvenes en un trabajo rutinario y aburrido, cuando el jefe obliga a Lucas a ser “director” y a sus compañeros de trabajo “actores” de un video promocional para internet.
También es sutil la película en la manera como representa el control que el jefe ejerce sobre los trabajadores, semejante al de un padre o incluso un maestro de escuela. Se ve en los consejos que da a Lucas y en el regalo que le hace, como si fuera su hijo mayor, o cuando obliga a uno de los chicos a sacarse los audífonos o le dice a una chica que no se ría o le quita a Lucas su cámara de fotos, por ejemplo. Otro tipo de gesto similar, pero más abiertamente abusivo, es el que va a ejercer después un vigilante nocturno sin encontrar resistencia.
Es significativo esto para entender la pasividad que muestran los chicos frente a abusos cotidianos. También el tipo de resistencia pasiva que Oscar ejerce escondiéndose en un lugar oscuro de la hamburguesería, en el que trata de crear un mundo propio análogo al de su cuarto de adolescente. Me hacen pensar incluso en los muy chiquitos que se esconden bajo la mesa.
Pero también en Lumbresueño hay un giro para ir más allá de todo esto y poner en relación el capitalismo con la enfermedad mental. Lo vincularía con el agotamiento del camino abierto por Luc y Jean-Pierre Dardenne en 1999 con el éxito de Rosetta, que combinaba el misterio de los personajes de Robert Bresson, el humanismo neorrealista y el suspenso de Alfred Hitchcock.
Esta es una película que vuelve a la cuestión de la alienación ‒palabra que ya casi nadie usa‒, por lo que tiene de sinónimo de locura. Es una demencia mísitica, en este caso, lo que me lleva a reparar, además, en que para el Colectivo Colmena la fuente no son solo las películas europeas de los años sesenta sobre la alienación, como las de Michelangelo Antonioni, por ejemplo, sino también Glauber Rocha. En “Eztetyka do sonho” (1971), el cineasta brasileño escribió esto sobre las “dos cabezas” de los pobres, que puede ser extensivo a los chicos explotados: “[U]na es fatalista y sumisa, la razón que lo explota como esclavo. La otra, en la medida en que el pobre no puede explicar el absurdo de su propia pobreza, es naturalmente mística”.
El protagonista de Lumbresueño se va deslizando en la historia hacia el mundo del compañero de trabajo que se droga con jarabe para la tos y pastillas, y se va borrando cada vez más de lo real en su locura. La de Oscar es, además de mística, una imaginación paranoica que expresa su impotencia de adolescente magnificando de modo alucinante el poder de la empresa.
La alienación tiene un correlato poético en el marcado claroscuro de la fotografía, que es como el brillo tenue de la luz del título en un mundo que parece una cárcel sombría. Es una impresión que transmiten también la relación de aspecto o ventanilla, el reiterado motivo de las rejas, y composiciones en las que elementos del espacio rodean a los personajes y los encierran dentro del encuadre. También cuando el contraluz los muestra como siluetas o los invisiviliza la luz de un auto, o el claroscuro “muerde” las figuras. El mundo de Lucas y Oscar los “desaparece” como los edificios al personaje de Jeanne Moreau en La noche (Italia, 1961), de Antonioni.
Pero esta sería la parte del fatalismo y la sumisión, según Rocha, que no solo se presenta como “racional” sino incluso deseable hoy frente a lo más terrorífico de la precarización y la exclusión. Hay que hacerla extensiva a la lógica que conforman los lugares comunes de las narrativas del horror del narco y la “guerra contra el narco” para entender la postura crítica de Mostro.
Lo que importa es lo tocante a la cabeza delirante, mística; la que se aparta del sentido común para reabrir la sensibilidad y, con ella, la posibilidad de entender con mayor profundidad. Es lo que se intenta en Lumbrensueño desde antes de que comience la historia de Lucas y Marcos, en un montaje de imágenes en las que los realizadores se apropian de una subjetividad perceptiva y un lirismo que tienen como fuente identificable la tradición del cine experimental.
La dominante allí es un texto, también poético, en subtítulos. Se presenta como misterioso al comienzo, no solo por lo que respecta a su atribución al personaje de Oscar, que es el que lo escribió, sino también al de Lucas, que lo lee. Es una ficción autobiográfica, pero desborda ese relato y el mundo en el que se ambienta con su desarrollo hacia una fusión con el cosmos contraria a la disolución que vemos en el claroscuro y otros recursos y, por tanto, también a la alienación. La dimensión mítica la dan imágenes microscópicas del Cirrina Lab de la bióloga Inés Gutiérrez, que había trabajado con Colmena en Mostro. Crean aquí también un monstruo, algo muy pequeño transformado visualmente en colosal, como Oscar se expande en su relato.
Según Rocha, sin embargo, la cabeza mística del pobre, o el explotado, no es por sí misma liberadora en su separación de la cabeza racional sumisa. El misticismo es expresión de impotencia, y la división es la mayor consecuencia psíquica de una pobreza animalizante y autodestructiva. También lo siguen en esto los realizadores de Lumbrensueño, por lo que tratan de abrir otra salida al mundo claustrofóbico e infernal en el que comienza a disolverse Lucas.
Hay que destacar en esto el rechazo del Colectivo Colmena a aceptar las fórmulas de autocorrección imaginaria de la sociedad capitalista que caracterizan al cine de temática social hegemónico. El humanismo también, incluso en la versión luminosa de los Dardenne. Recuperan en esto el pensamiento de un gran cineasta latinoamericano, no solo sobre el cine sino sobre “el arte revolucionario lanzado a una apertura de nuevas discusiones”, la búsqueda de Rocha, en lo que puede tener hoy de resistencia a la derrota moral de la resignación, por decir lo menos.
Sin embargo, las computadoras, las historietas y figuritas japonesas, y el alien y otros muñequitos que son fragmentos aislados en la construcción del espacio oscuro del cuarto de Oscar en su casa, no vienen de una cultura popular capaz expresar la “permanente rebelión histórica del pueblo”, como plantea Rocha. Otro problema es que no es fácil salir del dilema de las dos cabezas. Mientras que Mostro era también un “monstruo” fílmico, mutante entre diversos géneros cinematográficos, Lumbrensueño se identifica como un coming of age. Esto implica el triunfo de una razón que da más orden formal al relato aquí que en la ópera prima. Tampoco hay en esta película una actuación tan llamativa como la de Alexandra Cueto en el papel de Alex en Mostro, ni un motivo tan impactante e iluminador como el spray para drogarse.
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