Tantas vozes no silêncio do agora

 

Por Pablo Gamba 

Tantas vozes no silêncio do agora (Brasil, 2018), de Cristiana Miranda, es uno de los cortometrajes que integra el programa Sinais Latinoamérica de la (S8) Muestra de Cine Periférico de La Coruña. Sobre otras películas reunidas allí hemos escrito antes: Ofrenda (México, 2023), de Azucena Losana, y Ñores (sin señalar) (México, 2016), de Annalisa D. Quagliata. 

El film de la brasileña Miranda, que es programadora e investigadora, además de cineasta experimental, forma parte de una serie de tres cortometrajes titulada A risa salgada das rochas (La risa salada de las rocas). Comienza con Sobre aquilo que nos diz respeito (Sobre lo que nos preocupa) (Brasil, 2016) y termina con A hidra do Iguaçu (Brasil, 2020). 

Las tres son películas que parten de las huellas del pasado colonial, y esclavista en particular, que pueden hallarse en recorridos por una Río de Janeiro cuyo pasado fue casi literalmente enterrado, pero inesperadamente redescubierto con las obras de reforma urbana que se efectuaron con motivo de las Olimpiadas de 2016. Escribimos extensamente acerca de esto en una nota sobre una película de la brasileña Julia de Simone: Praia Formosa (Brasil, 2024). 

En A hidra do Iguaçu la búsqueda se extiende hacia el otro lado del Atlántico, a Angola, desde donde se enviaban esclavos al Brasil. En las dos primeras películas hay personajes afrodescendientes que circulan por estos lugares como en un estado de trance. Es un tópico del cine experimental que en este caso evoca una resistencia que podría ser caracterizada siguiendo a Bolívar Echeverría en La modernidad de lo barroco, donde usa esta palabra con un sentido que trasciende lo estético. 

Dice Echeverría que el ethos barroco es una de varias maneras posibles de construir el mundo de la vida para afrontar la contradicción con el capitalismo. Es una forma de “resistencia radical” de los mundos destruidos por la colonización. Se expresa como una afirmación y reinvención de esa vida dentro de su muerte en el capitalismo, recurriendo a la imaginación. 

Quizás esto ayude a entender a los personajes de Sobre aquilo que nos diz respeito cuando cubren con mantos de paja las estatuas de dioses romanos en el Jardín Colgante del Valongo, que fue construido como sitio de recreación para la alta sociedad a comienzos del siglo XX. Es un ritual con el que su mundo africano destruido se apropia mágicamente de ese lugar en el Brasil actual y restituye así una memoria sepultada. Las piezas intervenidas son réplicas de las que se trasladaron al jardín en 1906 del Muelle del Valongo, el único sitio histórico que testimonia el tráfico de esclavos. Las verdaderas las retiraron porque vándalos hicieron justicia poética en ellas.


Tantas vozes no silêncio do agora comienza con un texto en pantalla. Es un testimonio de 1770, en portugués de la época, de una mujer casada, Esperança García, a la que se llevaron de la plantación de algodón en la que era esclava y vivía con su marido para servir de cocinera en la casa de los amos, donde le pegaban a ella y a su hijo. Le sigue un fragmento de Quarto de despejo (1960), el diario que se convirtió en best seller de Carolina María de Jesús, una mujer afrobrasileña llegada del campo a una favela de São Paulo, y que aprendió a leer y a escribir. 

El tercer personaje de la película es una pomba-gira, un espíritu de las religiones afrobrasileñas que se asocia con la sexualidad femenina: Dona Rosa Vermelha. Las tres mujeres se encuentran en una mansión de la época del Segundo Reinado, antes de la instauración de la República, en 1889. Es una de aquellas casas en las que Esperança García y muchas otras como ella fueron esclavas domésticas o sirvientas “libres” para amos crueles. Vemos la fachada en un contrapicado que le da majestuosidad en el plano inicial del cortometraje. 

Los personajes femeninos de Tantas vozes no silêncio do agora visten elegantemente, con un estilo que expresa la imaginación de un mundo afrobrasileño en el que ellas pudieran ser señoras en un palacio como ese. No vemos el rostro de la mujer que nos da la espalda en la calle, frente a la mansión. No podemos saber si es Esperança o Carolina María la que llega, entra y sube por una escalera de caracol de madera hacia donde seguramente estaban los aposentos de los antiguos amos. La escena tiene algo de cine de terror, de película de casa embrujada, y el deterioro progresivo de la película de 16 mm es indicio de que hay “algo” del más allá que se hace visible de esa manera, quizás las voces de tantas que allí sufrieron, las del título del corto. La música se hace partícipe de la creación de una atmósfera de cine de genero. 

Lo que sigue, en un dramático claroscuro, es el encuentro de las tres mujeres entre retratos de un pasado en cuyos fantasmas se reflejan. Después, la manera de caminar lentamente, como en trance, del primero de los personajes se convierte en danza del grupo, otro ritual de apropiación mágica del lugar, una versión afrobrasileña de las celebraciones señoriales. En el contexto fílmico genérico además es un aquelarre, reunión de brujas. 

Recién allí es que llegamos a lo más interesante del corto de Cristiana Miranda. Es un giro que de algún modo anuncia la decoración de los mosaicos del piso, que vemos en algunos planos junto con detalles del diseño del mobiliario, en contrapunto con las mujeres celebrando el ritual. Cuando comienzan escucharse tambores y se acelera la danza, hay un salto en el éxtasis hacia una abstracción que se hace dominante en la imagen. Lo remarca un congelamiento, como si se cruzara allí un umbral hacia otro movimiento, ya no de las figuras en el plano. Los rostros, iluminados con luz roja, se transfiguran en manchas de color entre rayas negras, en una secuencia de animación abstracta que se prolonga hasta el final de la pieza. 

Algo análogo ocurre al final de A hidra do Iguaçu, con diseños que pueden reconocerse como africanos pero también como modernos, de otra modernidad. Ambas películas dan así un paso de los tópicos de la resistencia y su discurso a un giro visual radical e inesperado que las abre gozosamente a algo nuevo, distinto de la imaginación barroca en el presente del pasado que sobrevive espectralmente en la muerte que es el capitalismo. Creo que esta manera de iluminar la esperanza en algo diferente es lo más valioso de ambos cortometrajes.

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