Bisagras

Por Mariana Martínez Bonilla

Como parte de su programa 2024, el festival de cine experimental de la Cinemateca de San Francisco, Crossroads, presentó Bisagras del creador venezolano, afincado en Boston, Luis Arnías. Este cortometraje fue producido como parte de su estancia en el Film Study Center de la Universidad de Harvard, y se estrenó oficialmente en la Doc Fortnight 2024 del MoMA. El cortometraje inició su recorrido en festivales en el Black Star Film Festival y continuará en la 20.a edición del Festival de Cine de Camden, como parte de su selección de documentales latinoamericanos.

Como parte del cuarto programa del Crossroads, el trabajo de Arnías dialoga con otros ejercicios audiovisuales que enfatizan, ya sea desde puntos de vista individuales o generacionales, legados de resistencia, supervivencia y martirio. En el caso del filme que aquí nos ocupa, lo anterior está puesto en forma desde la coyuntura caribeña en la que se anudan la raza y la esclavitud.

Como afirma el propio artista, en este trabajo explora la pervivencia de la conciencia negra a través de la relación entre la emulsión de la película y su piel, ambas superficies capaces de ser afectadas por la inscripción del tiempo en forma de historia(s). De ahí que la condición de sujeto racializado, pues su ascendencia es afro-caribeña, sea el lugar desde donde Arnías pone en tensión la historia de sus ancestros. Así pues, en palabras del propio director, “Bisagras contiene mi experiencia como persona de ascendencia afro-caribeña durante una visita a la Casa de los Esclavos en la Isla de Gorée, Senegal, y el puerto de Salvador de Bahía, Brasil. En estos lugares me atrevo a imaginar la historia de mis ancestros sobre el viaje de los esclavos africanos a América y trazo una línea que pasa por mí”. 

Formalmente, esto tiene lugar a partir de las imágenes en blanco y negro, registradas sobre una película de 16 mm. En ellas se hace patente la negociación identitaria que pone en crisis los signos de la racialización en lo contemporáneo. Su tenor no narrativo, pero sí observacional, es una cualidad a destacar. Aquí no hay una voz que explique las imágenes o que ensaye una suerte de relación dialéctica con ellas. Es como si se tratase de tomas instantáneas o, mejor aún, registros en movimiento de los instantes cualesquiera que conforman la vida cotidiana de los individuos afrodescendientes: actividades laborales, momentos de convivencia, espacios de habitación y recreación.

El mar, desde un inicio, se anuncia como potencia simbólica y fuerza vital: el cortometraje inicia con un grupo de niños jugando en él y, a medida que avanza, éste se convierte en puntuación enunciativa que anuncia un cambio temporal más que espacial, pues inmediatamente después, las imágenes capturadas por la cámara se convierten en negativo, entablando así una articulación tensa con su versión positiva, abriendo así una suerte de dimensión fantasmagórica de la enunciación fílmica a través de la cual se materializa la experiencia del propio director, tanto en Senegal como en Brasil.

Por otra parte, la distancia que el director mantiene en relación con los sujetos que encuadra encuentra su punto de tensión en dos momentos. El primero de ellos, a través de la cercanía con su propia piel, cuando las manos del director aparecen en primer plano aprehendiendo el mundo. El segundo, cuando registra a un grupo de hombres y mujeres que danzan, cuyas imágenes se intercalan con el vuelo de un ave, dando lugar a un tropo bastante común, por no decir que generando una imagen cliché, en torno a la libertad.

De algún modo, la obra de Arnías trae a mi mente Sunshine State (2022) del multipremiado artista británico Steve McQueen, un mediometraje de carácter experimental, comisionado para la 52a edición del Festival de Cine de Rotterdam, pero estrenada en el Hangar Pirelli Bicocca en Milán después de que se levantaran las restricciones por el confinamiento durante la era covid-19. En dicha obra, McQueen analiza la historia de su padre, quien emigrara de las islas del Caribe, entonces llamadas Indias Occidentales, hacia los Estados Unidos para trabajar recogiendo naranjas, después de lo cual tuvo lugar un trágico incidente con otros trabajadores de la pizca en el Sunshine State, un bar de Florida.

En la obra, la voz en off de McQueen narra la historia, primero en su totalidad y luego repitiéndola una, otra y otra vez hasta fragmentarse. Mientras la historia se repite como un mantra, algunas imágenes monocromas, provenientes del filme El cantante de jazz (1927), son proyectadas sobre dos pantallas. En una de ellas, las imágenes se solarizan, efectuando un borramiento del sujeto racializado, en realidad interpretado por un actor caucásico, mientras que en la otra, el sujeto aparece, como si para inscribirse en la historia, el hombre afroamericano necesitara desinscribirse de la representación. Finalmente, Sunshine State concluye con la frase “abrázame fuerte”, que hace referencia a las palabras que su padre le pronunció antes de su muerte.

De tal manera, el trabajo del venezolano se suma a una ya larga lista de obras en las que el desdoblamiento de la tensión entre raza y representación deviene en punto de crisis o, si se prefiere, tropo articulador de un metarrelato crítico en torno al pasado de los sujetos afrodescendientes. Y, sobre todo, se trata de trabajos en los que la persistencia del racismo como un problema sistémico es tematizada constantemente a partir de la experiencia del desarraigo y los traumas generacionales que ello implica.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mitopoiesis de Tenochtitlán: ¡Aoquic iez in Mexico! / ¡Ya México no existirá más!

El auge del humano 3 y Solo la Luna comprenderá

La máquina de futuro