Servicio necrológico para usted y Buscando un burro

 

Por Pablo Gamba 

Servicio necrológico para usted (Cuba, 2024) y Buscando un burro (México-Venezuela, 2024) integraron la competencia internacional del Festival de Cortometrajes de Clermont-Ferrand. La mexicana María Salafranca es la directora del primero, que realizó como parte de sus estudios en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños y se estrenó en Visions du Réel. Forma parte, además, de una serie suya sobre el tema de la muerte, junto con Negra sombra (Cuba, 2023) y Compañía (Cuba, 2023). El director de Buscando un burro es el venezolano Juan Vicente Manrique, que con esta película ganó el premio al mejor corto documental mexicano en el Festival de Morelia. 

Ambos filmes tienen en común la parodia de las técnicas del documental didáctico y el reportaje, respectivamente, lo que se presta para la búsqueda de dobles sentidos, de lo que quizás no podría decirse de otra manera. Siguen así una no lo suficientemente bien valorada vertiente del cine latinoamericano, que no solo ha hecho relatos épicos de la insurgencia contra las dictaduras sino también se ha valido de la risa para cuestionar y subvertir regímenes que parecen análogos. 

Es mucho más sutil en esto Servicio necrológico para usted, que prosigue una tradición de humor que en el cine cubano dio una temprana obra maestra de crítica dentro del sistema, La muerte de un burócrata (1966), de Tomás Gutiérrez Alea. Reivindica asimismo los espacios de mayor libertad que pueden abrirse para las películas ‒y en instituciones del campo cinematográfico, como la EICTV, por ejemplo‒ frente a la censura de los medios informativos oficiales. Buscando un burro es más punzante en los detalles que harán reír a los venezolanos en el extranjero. Tanto, que veo difícil su exhibición en el país por cómo se burla del presidente, Nicolás Maduro. 

Maurilio de los Ángeles Placeres Gonzáles y Fidelia Pozos Díaz son los esposos protagonistas del cortometraje de Salafranca. Se presentan como el chofer y la asistente, ambos de larga experiencia, de una funeraria de la ciudad de Bauta en la que parecen ser los únicos trabajadores. El tema establece así una relación entre esta película y la comedia de Gutiérrez Alea que cité antes, la cual relata una historia de increíbles dificultades para hacer una exhumación. 

La característica paródica más resaltante de Servicio necrológico para usted ‒aparte de la oferta del título‒ es la manera como los personajes hablan a cámara para explicar su trabajo. La pareja se interpreta a sí misma con una seriedad exagerada, pero actúan como conocedores de sus tareas y son capaces de hacer una exposición didáctica al respecto para el espectador o espectadora. Esto los presenta también como el deber ser ‒o al menos lo que podría mostrarse en la televisión‒ de los trabajadores en un sistema que evidentemente es socialista por la ausencia de decoración religiosa en la sala destinada a velar a los difuntos, aunque se la sigue llamando “capilla”. 

En esto también Servicio necrológico para usted sigue el humor de la citada película de 1966, que trataba de ir más hondo en sus críticas que el discurso oficial contra la burocracia como un mal propio de funcionarios que impedían el éxito del socialismo, de otro modo infalible. Aquí no pareciera que los problemas se deban a los diligentes trabajadores. Queda abierta entonces la pregunta de si es responsabilidad de ellos o una falla del sistema que no se arregle el desperfecto que la impide arrancar la carroza fúnebre chocada, por ejemplo, y que no parece circunstancial, como dicen, visto el uso del vehículo para almacenar y quizás madurar bananas. 

Más allá del humor de Gutiérrez Alea, sin embargo, hay otra posibilidad que se abre en este corto a que todo lo que hemos visto de la funeraria no sea sino un simulacro, un teatro. La película de Salafranca se acerca así a una problematización que el cine cubano actual hace de la representación de la realidad del país. Cuestiona tanto la premisa del “nosotros somos así” del humor costumbrista como el interés perenne de públicos extranjeros por películas que les muestren Cuba “tal cual es”, aunque preferiblemente si es la utopía que aún muchos quieren ver. 

Hay una escena en la que el simulacro se hace cómicamente explícito, cuando uno de los personajes interpreta a un muerto. Pero otras dos son más significativas por el giro de la verosimilitud de lo didáctico a la que es propia del documental observacional. En una escuchamos una conversación entre ellos, en un plano que los muestra desde atrás, en tres cuartos, sin que miren a cámara. La otra está registrada frontalmente, pero se los ve de lejos, en un gran plano general visual, mientras que en primer plano sonoro se los escucha hablar. 

El encuadre transmite la sensación de que los personajes podrían estar expresándose con más libertad allí. Bajo estas condiciones que sugieren, por tanto, una mayor autenticidad, la relación de la pareja no parece ser tan armoniosa como podría haber dado la impresión hasta entonces y la anécdota del oficio de arreglar cadáveres que cuenta la asistente se refiere a hechos que ocurrieron muchos años atrás. En el presente, en cambio, vemos la funeraria siempre vacía y no queda claro si la llamada telefónica que reciben se refiere a un muerto o es número equivocado. 

Esto se conjuga al final con la despedida ante la cámara y el travelling que se aleja de los personajes en medio de la noche. Un plano anterior, más explícito, muestra a la pareja como muertos, los dos en ataúdes. El doble sentido más significativo es, entonces, el que se refiere al tiempo. Se trata de la cuestión de si lo que lo que hemos visto en el corto puede ser real en el presente, o lo que debería ser en un futuro en el que las fallas del sistema socialista se resuelvan, o una visión fantasmal de lo que hace mucho fue, o pareció ser, una cristalización de la utopía de un mundo mejor, pero que ha dejado de existir sin redención posible. Lamentablemente, creo que la balanza se inclina más hacia lo tercero, hacia una lucidez que nos deja vacíos de esperanza. Lo que escribo es casi una cita textual de la más importante película de Tomás Gutiérrez Alea, del monólogo del imprescindible personaje de Sergio en Memorias del subdesarrollo (1968).


El corto venezolano es mucho más simple y tiene como referencia un caso real de 2018 en el estado Mérida. Dos bomberos fueron arrestados por publicar un video en el que comparaban a Nicolás Maduro con un burro. A los dos meses los excarcelaron, pero manteniendo contra ellos medidas de restricción de libertad que incluían presentarse cada 30 días ante un tribunal. 

La película se basa irónicamente en testimonios para aclarar la verdad de lo sucedido y se desarrolla como una búsqueda del burro. Varios de los entrevistados, todos ellos campesinos de una zona rural andina, son encuadrados de una manera que corta total o parcialmente el rostro, como si temieran ser identificados por su participación en la película. Para dar verosimilitud, entre ellos hay un par que respalda la sanción con el argumento de que no se debe insultar a nadie, menos aún a un presidente. 

Hay diversas claves en Buscando un burro que quizás pasen inadvertidas para los que no son venezolanos, como la referencia a una partida de nacimiento del burro, por ejemplo. Se van acumulando a medida que se suceden los testimonios e intensificando la burla hasta llegar al punto culminante. Es cuando la película convierte en algo muy parecido a lo que hicieron los bomberos; se transforma en una versión más poderosa del video prohibido. De esta manera se desafía de nuevo la censura de la dictadura y se hace memoria de Ricardo Prieto y Carlos Varón, los irreverentes autores de la sátira original. La revancha poética no los compensará, pero a veces es lo que hay y vale la pena hacerla, aunque no sea mucho más lo que esta película puede aportar.

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