Cuatro hoyos

 

Por Pablo Gamba 

Cuatro hoyos (Cuba-Francia, 2023) es otra de esas películas latinoamericanas que han pasado por el circuito de festivales sin tener la atención que quizás merecen. El cortometraje de Daniela Muñoz Barroso se estrenó en el IDFA, en Amsterdam, al igual que su primer largometraje, Mafifa (Cuba, 2021), premiado en el festival Instar en 2023, sobre el que escribimos en Los Experimentos. Estuvo también en el Festival de Cortometrajes de Clermont-Ferrand, en los Encuentros de Documental de Montreal y en Toulouse, entre otros festivales. 

Hay un aspecto sensorial significativo de estas dos películas y que refleja una característica de Muñoz Barroso como persona. La cineasta tiene hipoacusia, y ha hecho de esta circunstancia motivo para una exploración en el cine de cómo percibe los sonidos y del registro de su manera de hablar. A esto se añade en el cortometraje el trabajo con un personaje que no es fácil de caracterizar, como tampoco lo es su manera de mantener su afición al golf. 

Esto hace de Cuatro hoyos una singular película de encuentro, que se destaca por su interés por la resistencia que pueden ofrecer los personajes a la capacidad del cine de registrarlos y arrojar claridad sobre ellos. Por esto señalaría entre sus referencias contemporáneas el largometraje Oleg y las raras artes (España, 2016), de Andrés Duque, y su corto Paralelo 10 (España, 2006). 

Apreciamos en Pepe (José Corrales Ruiz), en Cuatro hoyos, una resistencia al encuadre que lo asemeja al músico Oleg Karavaychuk de la película del venezolano. Muñoz Barroso señala su tendencia a decir cosas importantes cuando se ha salido de cuadro, dejando el plano vacío, por ejemplo. Hace patente, además, la resistencia que la locación real ofrece al rodaje por lo que respecta a los ruidos que impiden escuchar lo que Pepe dice, así como también por los ajustes del diafragma de la cámara para filmar con la luz del lugar. 

La relación de Pepe con el espacio es lo que me hace pensar en Paralelo 10, aunque no hay interacción sino observación en ese otro corto. La película de Duque es sobre una mujer que rutinariamente lleva a cabo una extraña actividad en una esquina de Barcelona, la cual el cineasta califica de “ritual mágico geométrico” sin tratar de buscarle más explicación. Algo parecido podría decirse de Pepe por el lugar donde practica el golf, un terreno de su propiedad que no reúne las características de los campos para este deporte, salvo por lo que respecta a los cuatro hoyos que el personaje dice que tiene. 


Hay otros detalles que se añaden a estos para darle al encuentro de la película de Muñoz Barroso cierto aire de comedia de enredos. Esto dota a Cuatro hoyos de una forma dramatúrgica que la aleja de las arideces en las que puede incurrir el cine cuando se interesa por estas cuestiones, como en las películas estructurales. Pero se trata de una comedia de mirada tierna a la manera extraña de ser e interactuar de Pepe, que es un señor mayor español, y la dupla que forma con la joven cineasta cubana. Se le añade la propia presencia cómica de la realizadora en actividad, cuando se muestra en el plano. Es un lugar común que viene de los mockumentaries, igual que los “errores” de filmación. El mejor ejemplo es la escena en la que Pepe “muestra” fotos de su juventud en el ejército, en las colonias españolas del Sahara, en un plano que por su apertura permite ver al personaje, pero no las imágenes que comenta. 

El pasado de esas fotografías, por otra parte, establece un contrapunto irónico con relación al presente y el futuro de Pepe. De su vida no conocemos casi nada. Lo que vemos y escuchamos de él nos lleva a pensar que su condición es la de retirado, aunque no sabemos si de las fuerzas armadas o de algún otro trabajo, mientras que el estado en que se encuentra su propiedad no lleva a suponer que pueda obtener de ella ningún ingreso extra. Parece conservarla para el exclusivo placer de su práctica del golf, aunque es un lugar pedregoso y con arbustos en el que solo vemos acondicionado el terreno en torno a uno de los hoyos. Pepe es consciente, además, de que llegará un momento en el que la especulación en torno a su valor para construir lo llevará a venderla. 

Es la abstracción resultante de todas estas lagunas en la información la que mantiene el equilibrio entre el interés que despierta el personaje y el que surge también en torno a la observación de la práctica del documentalismo. Es el principal valor que tiene esta pequeña película lúcidamente reflexiva, al que hay que añadir la resistencia al estereotipo según el cual se espera que los latinoamericanos de la diáspora, como Daniela Muñoz Barroso, hagan películas sobre sus países de origen, la situación en Cuba o la migración. Aunque, claro, siempre habrá quien encuentre en este dudoso campo de golf una alegoría al respecto.

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