La llama interior
Por Pablo Gamba
En la sección Trayectorias del BAFICI se estrena La llama interior (Chile, 2025), de Cristián Sánchez. Está acompañada en el festival de Buenos Aires por la restauración del que iba a ser su primer largometraje, pero quedó inconcluso hasta cincuenta años después, Esperando a Godoy (Chile, 1973-2023), codirigido por Rodrigo González y Sergio Navarro. Podemos ver así las dos puntas de la carrera de uno de los surrealistas más importantes del cine latinoamericano después del mexicano Luis Buñuel y junto a no muchos más, como Alejandro Jodorowsky, por ejemplo, aunque Sánchez no sea tan conocido y su figura se asocie con otro cineasta chileno, Raúl Ruiz.
El conocimiento y la valoración del cine de Cristián Sánchez ha afrontado desde sus comienzos varios obstáculos. Uno fue la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), durante la cual se estrenaron cuatro de sus largometrajes: Vías paralelas (1975), El zapato chino (1979), Los deseos concebidos (1982) y Otro round (1984). El segundo, que películas artesanales como La llama interior parecen producciones underground y se inscriben en un movimiento estético que muchos consideran anacrónico, por lo que a veces resulta difícil enmarcarlas en el cine de “arte y ensayo”, aunque El zapato chino y Los deseos concebidos llegaron al Festival de Berlín. El tercero son las libertades que se toma y otros aspectos de su cine que llevan a considerarlo un continuador en Chile de la obra de Ruiz, el realizador más importante de ese país, que desarrolló la mayor parte de su producción en el exilio.
Después del fin de la dictadura, la carrera de Sánchez se revitalizó con tres películas, El cumplimiento del deseo (1994), Cuídate del agua mansa (1995) y Cautiverio feliz (1998). Conforman un segundo período de su obra al que sigue el actual, que comenzó en 2009 y comprende hasta ahora seis largos de ficción, incluyendo el que estrena este año en el BAFICI, y un largometraje documental. Ha encontrado, además, un festival que reconoce los méritos de su obra en su país, el de Valdivia, donde ha estrenado cinco de estas películas.
El año pasado en Buenos Aires se estrenó Con los pies en la tierra (Chile, 2024) y se exhibió Voy y vuelvo (Chile, 2023). Escribimos sobre las dos en Los Experimentos y rescatamos una entrevista que le había hecho antes. La promesa del retorno (Chile, 2020), su mejor obra reciente, y Date una vuelta en el aire (Chile, 2020), fueron parte de la competencia americana de 2021, y se presentó anteriormente en el BAFICI Tiempos malos (Chile, 2009).
Puesto que en La promesa del retorno Sánchez trabajó con textos de los filósofos cristianos y con la pintura religiosa del barroco hispanoamericano, las fuentes de La llama interior me llevan a asociarla, por oposición, con esa pequeña obra maestra aún no reconocida como tal. Aquí se trata de lo diabólico y del ocultismo de autores como Joris-Karl Huysmans, al que se cita en un epígrafe, y cuya novela Là-bas (Allá lejos o Allá abajo, 1891) quisieron adaptar Buñuel y el guionista de sus últimos filmes, Jean-Claude Carrière.
Esto refiere también al cine de los años setenta y a la proliferación en esa década de películas sobre el demonio, rituales satánicos, posesiones, exorcismos, etcétera. Sánchez juega con traer a colación las representaciones características de este género cinematográfico, y también del gore, lo que equilibra con cinefilia las citas que ponen de manifiesto su cultura literaria.
Otro juego significativo es el que hay en su cine con las representaciones convencionales y el realismo, y La llama interior no es una excepción. Vuelve aquí su trabajo con la composición de los planos y el sonido que expande hacia otras dimensiones misteriosas el espacio dentro y fuera de cuadro. En tensión con las referencias infernales, el ambiente es también reconocible como los interiores de un edificio de oficinas real, lo que infiero que se debe a razones de producción. Esto no cristaliza como un deslizamiento hacia lo kafkiano, pero siento que esta referencia está sutilmente presente en el film.
Por lo tocante a la transfiguración de lo real, hay que destacar, además, el interés de Cristián Sánchez por la manera como se habla el español en su país y por la chilenidad, en general, en tensión con la cultura universal a la que refieren sus temas y sus citas. Esto incluye en sus más recientes películas la reiterada presencia de personajes que se reconocen como extranjeros en Chile, en la que resulta una manera extrañamente lúcida de representar la migración sin hacer de ella un problema, pero tampoco normalizándola. Como complemento se expresa una vez más en La llama interior el interés por las culturas originarias y su resistencia, en lo que el surrealismo se encuentra con el progresismo de la actualidad.
Pero la característica más notable de esta película es que se aparta de los relatos espectaculares sobre las cosas infernales y demoníacas para decantarse por una alegoría espiritual, pero moderna. La modernidad se aprecia en la importancia que tiene aquí la forma por lo que respecta a las repeticiones del relato, en particular, y en los personajes de la cineasta y la guionista que llaman a pensar el cine en el cine.
Se inclina así también La llama interior por el que, siguiendo a Stéphane Bouquet, podríamos describir como el “cine de flujo” contemporáneo que se confronta con las películas que se hacen como siguiendo un plan ‒o una planificación, sería mejor decir‒. Hay en esto un llamado al extravío, a perderse para encontrarse en el camino que va “hasta el fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo”, citando al poeta Charles Baudelaire, y un acto también de rebeldía del hereje frente a lo (con)sagrado. “Heréticas” llama Pierre Bourdieu a las estrategias de subversión contra lo establecido con las que se abren paso los outsiders en los campos del arte.
La función de La llama interior a la que asistí estuvo a punto de convertirse, irónicamente, en un “acto surrealista”: la proyección sin nadie en la sala para ver la película. Por eso trato de que esta nota sea también un gesto contra la comodidad de desentenderse del problema político-cultural que hay detrás de un hecho aparentemente fortuito como ese o, peor aún, de justificar racionalmente el absurdo que pone de manifiesto este azar con el argumento de que un malditismo análogo al literario es el que relega a los márgenes underground los filmes de Cristián Sánchez, y no el impacto en el campo del cine de las asimetrías de poder que imponen las desigualdades sociales y geopolíticas y el engaño de que no hay otro mundo posible. El surrealismo va contra eso, y es otra razón para rescatarlo, como lo hace este cineasta.
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