Lo deseado y No quiero ver el sol, quiero ver el sol
Pablo Gamba
En la competencia argentina del BAFICI figura Lo deseado (Argentina-Italia-México, 2025), el tercer largometraje de Darío Mascambroni, que se presentó por primera vez en el Festival de Friburgo, y se estrena el corto No quiero ver el sol, quiero ver el sol (Argentina, 2025), de Constanza Epifanio. Ambas son producciones de provincias del país sudamericano, de Córdoba la primera y Salta la segunda.
Con su ópera prima, Primero enero (Argentina, 2016), Mascambroni ganó la misma competencia del festival de Buenos Aires en 2016 y con Mochila de plomo (Argentina, 2018) fue galardonado en la sección Generation Kplus del Festival de Berlín. Lo deseado se parece más a la segunda, por su trama relacionada con la muerte y la venganza, que a la primera, notable por su recuperación del minimalismo y la narración débil del nuevo cine argentino del siglo XXI, que dan espacio allí a la observación de un niño y su padre.
Tienen un relieve problemático en Lo deseado los lugares comunes del cine mainstream, en particular del que antes se hacía pensando en la televisión y hoy en las plataformas de streaming. Se percibe en particular en el uso sobreabundante de una música incidental que le marca el camino a las emociones del espectador o espectadora. Igualmente en tópicos en torno a lo sobrenatural, el hallazgo de un cadáver, dos policías provinciales, un amuleto y otras referencias a una vaga cultura originaria, una mujer misteriosa medio indígena y que canta interpretada por Eva Bianco, una piedra azul de rara belleza relacionada con el perdón, etcétera, y en la participación del actor de televisión, cine y teatro Víctor Laplace, figura reconocible en Argentina.
Todo esto se presenta en Lo deseado como demasiadamente identificable y obvio, característica definitoria, para David Bordwell, de un clasicismo que tiene otra referencia en el aspect ratio o ventanilla. Pero lo que destaca a esta película es la tensión de los lugares comunes con la manera como juega con ellos para llevar hacia una desestabilización de lo evidente, el terreno de un suspenso moderno basado en la representación incierta. Así, frente a esa acumulación de lo que se ha visto muchas veces encontramos una manera de narrar que se apoya también en lo contrario, en la sustracción, en el escamoteo o diferimiento de información clave para poder construir con claridad la historia.
El espectador o espectadora, en consecuencia, tiene que salir de la posición cómoda en la que puede ubicarse frente a los lugares comunes para ponerse a trabajar intensamente con la información clave que está incompleta en el argumento. Es algo que ubica a Lo deseado en un campo propio del cine, del tipo de disfrute en la sala oscura que propicia la concentración y la participación, y lo deslinda de las narrativas que se adaptan a la atención dispersa que se suele prestar a la pantalla de la televisión o la computadora. Este es, en la actualidad, un campo de lucha por mantener el lugar del cine.
Asimismo, la actividad del espectador o espectadora puede hacer que los lugares comunes se hagan patentes como tales, por las limitaciones que acarrean, y, por ende, que la narración estimule a reflexionar sobre ella misma. Todo esto, por tanto, me lleva a ubicar a Lo deseado entre las películas del cine contemporáneo latinoamericano que exploran hoy posibilidades que las deslindan del período de comienzos de siglo, que estuvo marcado por la debilidad narrativa. Un cine que se ocupa así de los problemas del cine podría definir también la que Isaac León Frías llama su “segunda modernidad”.
Sin embargo, la narración de Lo deseado se plantea de un modo que parece expresar también consciencia de que los espectadores y espectadoras de hoy no son como los cinéfilos de la “primera modernidad”, la de los de los años sesenta y setenta, lo que se evidencia en la aclaración explícita de un aspecto clave por lo que respecta a la relación entre el hombre maduro y la chica que integran la pareja protagonista, por ejemplo. Para los que pusieron más atención, conllevará el placer de ver confirmada la manera como se adelantaron en eso a la narración, pero también considera al espectador o espectadora menos atento al argumento, pensando en el cual la narrativa clásica revela las claves y las repite por si no se da cuenta la primera vez.
Podría pensarse que el “No quiero ver el sol” del título del corto de Constanza Epifanio es cita de la canción homónima de Jorge Cafrune, pero no parece ser algo relevante. Lo que sí cuenta es la confrontación de las frases de sentido contrario separadas por una coma. Es reveladora del juego que hay aquí.
No quiero ver el sol, quiero ver el sol es una película en la que se recurre a una desfamiliarización del realismo que invita a la observación de lo habitual, que se presenta así como extraño. Ocurre en la primera parte con los adolescentes dormidos de un modo que responde también al interés del cine contemporáneo por los cuerpos, y su observación con relación al espacio y también la luz.
Pero no son esos jóvenes los protagonistas sino los niños que deciden hacer lo contrario, no dormir, pasar la noche en vela como un gesto de rebeldía frente a los mayores. Lo sutilmente sobrenatural se transforma entonces en un pretexto para invitar al espectador o espectadora a verlos a ellos, una fantasía que despierta y abre los ojos al disfrute cinematográfico de la contemplación. Hay, por tanto, algo en este cortometraje que me hace recuerda a The Florida Project (2017), la hermosa película con niños de Sean Baker, y una manera lúcida de recuperar lo observacional del cine de narración débil ya referido.
Lo deseado y No quiero ver el sol, quiero ver el sol me llevan pensar también en el cine que en Argentina se hace más allá de la producción mayoritaria, que se concentra en la capital, e incluso en dos barrios de la ciudad de Buenos Aires, como dice José Celestino Campusano en una entrevista de Los Experimentos. Hoy, provincias como Córdoba y Salta, que han adoptado medidas de estímulo al desarrollo de la actividad cinematográfica, se convierten en un “oasis” contra las políticas destructoras del fomento y la protección del cine que despliega el gobierno de Javier Milei en la Nación, como escribió Marta García en el suplemento Mirador Público de LatamCinema. Pero aún falta que los refugios se conviertan en polos que pongan fin a los desequilibrios territoriales característicos del subdesarrollo.
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