Nadie dijo nada y Abastecimiento
Por Salvador Savarese
En 1968 y después de algunos cortometrajes y proyectos inconclusos, Raúl Ruiz consigue terminar su primer largometraje: Tres tristes tigres. La historia de un grupo de semi-marginales que vive la realidad de Santiago de Chile durante algunos días y noches y que termina en un estallido de violencia que en todo momento estaba latente, fue premiado en el Festival de Locarno y en retrospectiva es un clásico inobjetable del cine latinoamericano. En esa película se encuentran ya varios de los temas y los tonos de su cine: la divagación narrativa que acompaña al vagar de los personaje; la amistad como elemento aglutinador de las relaciones humanas, incluso más fuerte del amor; los personajes excéntricos, que parecen parodiar a los típicos de la fauna de la ciudad; un tono lúdico y juguetón que impregna toda la narración… Al fin y al cabo, ¿hay alguna película que comience con el agradecimiento al club de futbol de cual el director es fanático?
Este largometraje fue hecho durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, demócrata cristiano, en 1968. Para 1971 gobernaba Salvador Allende, socialista, y Chile vivía una efervescencia que acompañaba los cambios políticos y sociales de la experiencia de la Unidad Popular: nacionalizaciones, expropiaciones, empoderamiento obrero; en fin, el ascenso de una clase social hasta ese momento postergada.
El cine chileno acompañó a ese movimiento realizando películas que o bien denunciaban injusticias o intentaban educar al pueblo. Ruiz, como no podía ser de otra manera, participó de esa movida. En el BAFICI 26 se proyectó el cortometraje Abastecimiento, de 1973, realizado para mostrar las políticas que llevaba a cabo el gobierno de Allende para aliviar la escasez que que en ese momento complicaba el día a día de los chilenos.
Es muy particular este cortometraje, hecho en pleno momento de agitación política pero que está teñido de un triste escepticismo. Ruiz muy ingeniosamente genera, mediante una sucesión de planos y contraplanos, un diálogo entre una trabajadora de clase media alta desde su casa (la profesión de la entrevistada es “secretaria” ‒signo de los tiempos‒) y el mismísimo ministro de economía de Allende, desde unas oficinas. El diálogo se revela imposible. Para un director que incluso en sus primeras películas hacía del desborde prácticamente el principio constructivo de sus historias, el cortometraje es callado, parco, seco. A la luz de los acontecimientos posteriores podríamos hablar de un no tan disimulado fatalismo.
Aún en este clima, Ruiz pudo hacer en 1971 una película que él mismo se ocupó de aclarar que no era un film sobre la política: se trata de Nadie dijo nada ‒también proyectado en este BAFICI 26‒, que repite tono e incluso actores con Tres tristes tigres. Vuelven Jaime Vadell, Luis Alarcón, Shenda Román y, en un papel extraordinario, Nelson Villagra. La historia, como siempre zigzagueante, sigue a un grupo de poetas e intelectuales en formación entre bares, borracheras, comida chilena, trasnochadas en casas ajenas (hay una escena donde se quedan a dormir en la casa de uno de ellos, y para eso el anfitrión despierta a la esposa y a los hijos chicos, que es extraordinaria), mientras el Chile de Allende hierve muy en segundo plano. En el medio de todo, hay un pacto fáustico con un personaje muy turbio, oscuro, divertido y entrador que, como no puede ser de otra manera, es argentino. Ver a Nelson Villagra, el protagonista de El chacal de Nahueltoro (Miguel Littín, 1969) haciendo de un argentino, con todos los clichés de esa nacionalidad vistos desde una mirada chilena, es uno de los placeres más grandes de esta película.
Uno tiene la sensación que en este film de más de dos horas Ruiz está más a gusto que en un cortometraje de menos de veinte como Abastecimiento: la narración, a pesar de ser menos directa, fluye más y uno se siente más identificado con los personajes. Incluso se puede aventurar que en esta película Ruiz comienza a explorar en su cine la relación con el el esoterismo y lo mistérico que desarrollaría en su etapa francesa en películas como L'hypothese du tableau volé, de 1978 o Combat d'amour en songe, estrenada en el año 2000.
Es interesante detenerse en esta aparente contradicción. Suponemos que. por un lado, Ruiz era, en política, fundamentalmente un escéptico. Decía ya en 1971 en una entrevista con Federico de Cárdenas para la revista Hablemos de cine: “... los compañeros se dedican a presuponer una cierta euforia que no existe, una serie de posiciones ganadas que generalmente no lo están y, concretamente, al crear todo este conjunto de llamados informes, crean una especie de epifenómenos que, en última instancia, es peligroso porque más que nada anula la capacidad revolucionaria de los sectores medios progresistas y por otro lado enardece a los sectores de tendencia reaccionaria”.
Pero hay una razón más esencial, incluso ontológica podríamos decir y que Ruiz explica muy claramente en el capítulo de su libro Poética del cine (Ed. Sudamericana, 2000) donde enfrenta al Misterio y al Ministerio. Frente a la pulsión apropiadora, burocrática, domesticadora del Ministerio, Ruiz se muestra como un ferviente adorador del Misterio. Misterio de donde surgen las creaciones, sean artísticas y de otra naturaleza, salvajes y libres. “Misterio fabrica objetos ‒escribe Ruiz‒ mientras Ministerio trata de apoderarse de ellos”.
Ya en esas tempranas Nadie dijo nada y Abastecimiento, Ruiz explicitaría no solo su estética sino su ética: la libertad del creador ante todo y cueste lo que cueste. Vivió expatriado en Francia durante toda la dictadura de Pinochet, y aun así, su primera película que hizo al llegar a Francia, Diálogos de exiliados, en 1975, es una feroz sátira sobre los movimientos de izquierda que le valió amenazas de muerte. Pero esta historia tiene final feliz. Aun haciendo lo que quiso, Ruiz consiguió realizar más de una película por año y varias de ellas ganaron premios y fueron éxitos de público. Nunca fue un cineasta secreto y, cuando regresó la democracia a Chile, fue ampliamente reconocido en su país. Cuando falleció Hitchcock, Godard dijo que Alfred era el único poeta maldito que había tenido éxito. Habría que colocar también a Raul Ruiz en esa categoría.
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