A mí no me miren, Cuerpo de esta sombra y otros cortos de Anima Latina

 

Por Pablo Gamba 

A mí no me miren (Argentina, 2025), de Sergio Falleti y Marcelo Iglesias, y Cuerpo de esta sombra (Colombia, 2024), de Andrea Muñoz, fueron respectivamente los cortos ganadores de las competencias argentina y latinoamericana del Festival Anima Latina, que se especializa en animación de la región. En el palmarés también figuran los que recibieron los premios de escuelas de cine latinoamericanas y argentinas, Donde viven los recuerdos (Chile, 2024), de Florencia de la Maza y Matías Yunge, y Con todo este pánico, Atte (Argentina, 2024), de Catalina Lorente, y de la competencia de micrometrajes, I Miss My Dinosaurs (Argentina, 2024), de Paula Marcaccio. 

Hay detalles de la vida cotidiana de este país en los que se perciben las huellas duraderas que dejó el terror de las dictaduras militares del pasado. En esto se enfoca con humor negro literario A mí no me miren, que está basada en un cuento homónimo de Marcelo Iglesias. El personaje narrador en voice over hace explícita su formación en las fuerzas armadas argentinas, en el servicio militar, y que allí adquirió el hábito que comparte con los demás personajes. Todos son empleados del archivo de una empresa de ramo comercial borroso, ubicado en el cuarto sótano de su edificio sede, y comparten el interés por pasar inadvertidos como estrategia de supervivencia frente a temores de causa imprecisa, pero determinantes en su manera de actuar. El imperativo de mantener el bajo perfil los lleva a hacerse cómplices de un crimen que tiene características parecidas a los que han cometido y cometen las dictaduras. 

Aquí, sin embargo, toca apreciar otros valores de esta película, por ejemplo, su recuperación de la alegoría, desestimada junto con toda “demanda política” por la contemporaneidad fílmica que se inició en el país con el segundo nuevo cine argentino, como sostiene Gonzalo Aguilar en su libro canónico sobre la materia. Se desarrolla principalmente en la representación del espacio, en el mundo subterráneo de enrarecimiento progresivo de la historia, donde el crimen se inserta en la normalidad aparente como garantía de su estabilidad. 

Más interesante es lo concerniente a la construcción del tiempo y el estilo. Inspirada, según creo, en el modernismo de la estadounidense UPA, la pieza se ubica en un pasado eterno como de los años cincuenta del siglo XX. Gráficamente encontramos, así, la tensión característica entre la abstracción de los fondos de colores planos y las líneas que dibujan con realismo las figuras, pero con la singularidad de que la técnica de animación limitada se lleva aquí al punto en que casi no hay movimiento en las figuras. Al “a mí no me miren” del título se añade de este modo un “¡no te muevas!” tampoco. Tanto es así, que las hormigas filmadas que se ven, y otros insectos, filmados, no solo parecen obedecer a la necesidad de crear una impresión de deterioro sino también de darle movimiento a la imagen. Irónicamente, es la “cámara” de la animación la que se mueve constantemenet y, al hacerlo, parece estar siempre explorando el espacio plano como a la búsqueda de algo, lo que crea una tensión con el deseo de esconderse de los personajes. 


A diferencia de la claridad de A mí no me miren, en Cuerpo de esta sombra resalta, en primer lugar, la oscuridad de las referencias psicológicas profundas de su simbolismo en torno a lo femenino. Su desarrollo formal es ritual, lo que crea “una experiencia imaginaria, a menudo mitológica que, teniendo una lógica interna propia, no hace referencia a ningún tiempo o lugar específicos, y es siempre válida para todos los tiempos y lugares”. Es cita de Maya Deren. 

La referencia estilística que se podría reconocer fácilmente, si se da la rareza de que el espectador o espectadora conozca la animación latinoamericana actual, es La perra (Colombia-Francia, 2023), de Carla Melo, el cortometraje colombiano reciente de mayor recorrido internacional y sobre el cual escribimos una nota en Los Experimentos. Se ve muy claramente en la técnica, en la que la tinta sobre papel es central para crear la sombra del título, y en el diseño de las figuras, en particular por lo tocante al realce de las partes sexuales, como las nalgas o los senos múltiples de un personaje. Un dato que lo explica es que Muñoz trabajó como animadora en esa película. 

Aquí, sin embargo, el tenso equilibrio entre lo simbólico y lo narrativo de La perra se resuelve en favor de lo primero ‒pero en perjuicio de lo segundo también, lo que es la principal debilidad de Cuerpo de esta sombra‒. Entonces, si bien por una parte se percibe a una realizadora que está buscando su propia voz, y lidiando para ello con sus apropiaciones de una obra muy exitosa de la que fue parte, cuando Andrea Muñoz se encuentra a sí misma, se asoma a una superación de las referencias autobiográficas de La perra. Va hacia la universalidad a la que hice referencia en la cita, aunque dejando en el aire la pregunta de si será tal o expresión de una singularidad cultural, que no se superaría tampoco cuando la cuestión del cuerpo deriva hacia la animalidad. 

La riqueza que hay en lo indefinible de la forma oscura en Cuerpo de esta sombra, y en la textura de los trazos que la conforman, es lo que falta en Con todo este pánico, Atte. La criatura que expresa allí los temores del niño escolar protagonista adquiere un aspecto claramente reconocible como monstruo del cine o la televisión. Formalmente, lo que puede llamar la atención en el corto de Catalina Lorente, del Instituto de Arte Cinematográfico de Avellaneda, en el Conurbano de Buenos Aires, es el temblor de las líneas del personaje y su correlato con el estado emocional, el pánico de su timidez e inseguridad. Más allá de eso, no es una pieza que me parezca que está a la misma altura del resto del palmarés de Anima Latina.
 
En la ganadora en el renglón de escuelas latinoamericanas, realizada por estudiantes de la Universidad Católica de Chile, se percibe la inspiración que fue para ellos la obra de Cristóbal León y Joaquín Cociña, los cineastas de animación más conocidos de su país junto con Niles Atallah. Florencia de la Maza y Matías Yunge adaptaron la técnica de animar en paredes y pisos al dispositivo que crearon para trabajar de una manera sorprende con el archivo. Construyeron espacios interiores del hogar, pero también exteriores, como una playa, con cajas como aquellas en las que se pueden guardar las películas y los videos familiares que nunca se vuelven a ver. En esas maquetas dispusieron las imágenes como si regresaran a los lugares donde se grabaron, pero sin salir de los rincones donde seguramente permanecen olvidadas, con la técnica de digitalizarlas e imprimirlas en papel, recortarlas y darles una nueva vida con la animación. También digitalizaron el sonido, que se escucha enrarecido por la baja resolución. En las palabras percibimos así el olvido como un deterioro. 

Donde viven los recuerdos se presenta como un trabajo archivístico singular, que no se enfoca en las historias sino en la materialidad que adquiere la memoria familiar por el uso de aparatos que se comercializan como productos de consumo doméstico. Aunque me parece que es solo video con lo que trabajaron y hay una representación de una de esas cámaras al final, también vemos las imágenes dispuestas en pequeñas pantallas, lo que me hace pensar en el Super 8. Unas y otras cámaras producían recuerdos que se fijaban en películas o videotapes que terminaban encontrando un lugar entre tantos otros objetos que se desechan, pero no se tiran como la basura, porque se les da un valor sentimental, lo que se evidencia aquí en diversos momentos que rescata la animación. Es una memoria que construye así su propia forma de olvido. 


El micrometraje I Miss My Dinosaurs tiene todo el poder que requiere el impacto que una pieza de este tipo para llamar la atención, lo que incluye que está hablada en inglés para expandir su alcance en internet. A esto se añade la capacidad de concentrar diversas técnicas de animación en un minuto y medio, así como de citar irónicamente a la publicidad, que es la que financia la mayor parte de los trabajos de animación que sostienen económicamente a los artistas. No deja de reírse el corto de esto, haciendo extensivos los hábitos de consumo hoy universalizados al planeta Tierra, que es el personaje principal, e insertando en esta lógica a la humanidad, como si fuera un producto más. 

La capacidad de relatar una historia de dimensión cósmica en una película tan pequeña y tan corta es la principal virtud de este micrometraje. Me hace pensar en cómo el consumo es una reducción de la infinitud del universo al modo de relacionarse con él que ha generalizado el capitalismo. Así encontramos otra expresión de esa manera de hacer crítica que hoy choca contra los límites de la que se presenta como realidad sin poder rebasarlos, como ocurre en Donde viven los recuerdos con relación a la memoria. El tema de los dinosaurios me parece revelador también de que se va hacia atrás en el tiempo porque no parece posible imaginar un mundo diferente en lo adelante. 

No quisiera terminar esta nota sin destacar el homenaje que Anima Latina hace cada año a una figura de la animación argentina, en esta edición Claudia Ruiz. Fue ocasión de confrontarse una vez más con el hecho de que la cultura cinematográfica sigue marginando sin razón a los realizadores y realizadoras de películas como las que ella hace, de animación y cine para niños. 

Contra este hábito hay que sostener que Ruiz es una figura importante en el panorama argentino, aunque esto no se reconozca, en cuya filmografía hay cortometrajes hechos en stop motion de exquisita calidad y, sobre todo, de confluencia poderosa del trabajo del guion y esa imaginación que encuentra en técnicas como esa la manera de expresarse. Es medio irónico, por ejemplo, decir que El niño y la noche (2017) y Ailin en la luna (2018) son sus obras más conocidas.


 Ailín en la luna

Más allá de este cuestionamiento de nuestros hábitos como críticos, y de una cultura que se revela así no tan cinéfila como cree ser, la retrospectiva fue oportuna para poner de relieve el impacto cultural que tiene el dinero público que se destina al arte, sin el cual es imposible hacer cortos maravillosos como los dos que mencioné. Es un gesto que cobra importancia frente a las políticas del actual gobierno argentino destinadas a desmantelar el fomento del cine 

Pero también debería llevar a pensar en los problemas que estaban sin resolver en torno a los sistemas de fomento, cuando se suponía que funcionaban bien. Lo digo porque la animación es cuestionadora de la concepción de “industria” que orientaba la acción del Estado. No es tal cosa la animación, en tanto sus técnicas son diferentes o se mantienen incluso a contracorriente de las prácticas hegemónicas, como el stop motion, por ejemplo. Su artesanía no puede desarrollarse en los tiempos de rodaje que los procedimientos de las instituciones públicas o la lógica de la rentabilidad imponen a los proyectos. 

La animación es, por tanto, un cine que tiene que llamarnos a considerar que los recursos públicos, por los cuales hay que volver a luchar hoy en Argentina, deben ser administrados con criterios más amplios y atinados que como se venía haciendo. La resistencia a las políticas de la ultraderecha no deberían llevar, por tanto, si triunfan, a una restitución del statu quo del pasado sino que tendrían que responder, asimismo, a esta necesidad de repensar el sistema.

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