Los conjurados

 

Por Pablo Gamba 

Humberto González Bustillo es un realizador de la diáspora venezolana poco conocido, residente en Argentina, que presentó en la competencia Universos Paralelos del festival de cortometrajes Syncro de Buenos Aires su más reciente película: Los conjurados (Venezuela-Argentina, 2025). Venía de estrenarse discretamente en Third Horizon, especializado en cine caribeño. Del valor que tiene este evento ha dado constancia el Ficvaldivia, que presentará este año una muestra preparada por el pequeño festival de Miami. 

Los conjurados es un corto que se inscribe en la renovación en curso del cine sobre la migración en América Latina, en particular por realizadores de Venezuela que han ahondado en la experiencia de la diáspora y experimentado con el autorretrato y la autobiografía. Llegan casi a 8 millones las personas que han huido de ese país, en particular desde 2014, y siguen yéndose. Es un tema que González Bustillo trabajó antes en Aforismos del lago (Venezuela, 2021), que se estrenó en Sheffield Doc y estuvo en la sección Open Doors del Festival de Locarno. 

Esta película es, en cierto modo, una continuación de aquella por lo que respecta a la relación del cineasta con Maracaibo, la segunda ciudad en importancia de Venezuela y una de las más afectadas por la crisis. Si ese otro corto se desarrollaba en torno a un viaje de regreso de González Bustillo a su lugar natal, para ver a su madre gravemente enferma, la vuelta a la patria ya se presenta como imposible en Los conjurados. Es algo que no tiene que ver solamente con la memoria traumática del deterioro económico y social, la represión de la dictadura de Nicolás Maduro o la violencia del crimen, que no cesan, sino con que es una trampa legal: es difícil obtener o renovar el pasaporte y, si se viaja con el documento vencido, no se puede salir del país. 

Otra diferencia importante entre ambos cortos es que aquí lo biográfico se trasciende en la consideración de las migraciones masivas de la actualidad. Es algo que distingue a Los conjurados de películas de otros venezolanos y venezolanas, como Trópico desabrido (Venezuela-España, 2016), de Valentina Alvarado Matos; Colección privada (Venezuela-España, 2020), de Elena Duque; Malembe (Venezuela-Estados Unidos, 2020), de Luis Arnías, o Tal vez el infierno sea blanco (Venezuela-Estados Unidos, 2022), de Diego Murillo, por ejemplo. Hemos escrito sobre todas ellas en notas de Los Experimentos

Al comienzo de Los conjurados escuchamos una la voice over caricaturesca que hace un remix de citas de discursos xenofóbicos del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, incluido su comentario nazi sobre el envenenamiento de la sangre nativa por los extranjeros. El título es una ironía de las acusaciones de gobiernos como este, que tratan de descargar en los migrantes los problemas de sus respectivas sociedades. La voz se escucha mientras vemos un recorrido por el mundo con Google Street View, como si el personaje invisible que usa la computadora buscara a estos peligrosos enemigos. Los halla donde programa indica un problema, un riesgo que hay de acceder a Maracaibo, identificada como “no lugar”. Queda explícitamente vinculado de ese modo con una falla del sistema en ese país, no de personas que salen de allí y son una amenaza.


Siguiendo esta línea se vuelve en Los conjurados a una imagen que, por su impacto, llamó rápidamente la atención de los medios de comunicación y se hizo cliché: la de los “caminantes”, las columnas de migrantes que se marchaban a pie, huyendo de Venezuela, por los bordes de rutas de Sudamérica. Pero no solo se registran en esa parte del continente sino también, y más peligrosamente, en la frontera de México con los Estados Unidos y en la selva del Darién, en Panamá. Sobre el segundo de estos otros dos casos Marcel Beltrán rodó La opción cero (Cuba-Colombia-Brasil, 2020), en la que confronta la imagen mediatica con los autorregistros de su tránsito hechos por los migrantes con sus celulares. Viendo hacia los lados de las columnas de los venezolanos, en busca de personajes como una mujer que mantiene un albergue que los ayuda en Ecuador, Sebastián Coloma y Luis Herrera hicieron Carmela y los caminantes (Ecuador, 2025), sobre la que escribimos. Pero el film ensayo de González Bustillo se distingue también de documentales como estos en que su interés es pensar en torno a la imagen de los “caminantes”. 

Para ello se la desfamiliariza en Los conjurados de un modo que me hace recordar las pesadillas por la combinación de contundencia visual y polisemia, y que es también el resultado de las facilidades que hoy existen para producir efectos visuales. Diría que son como nubes espectrales las columnas de “caminantes” en esta película, aunque se presentan como reales por el ruido de sus pasos sobre la tierra o atravesando ríos, de modo análogo a como los fantasmas son ruidosos en el cine pero patentemente vivos por la respiración. 

Es un recurso que refiere metafóricamente, por una parte, al efecto de la desterritorialización sobre la identidad. Además, capta de nuevo la atención sobre una imagen que, al haberse convertido en lugar común, se hace esquiva para la percepción, devolviéndole su capacidad de impactar. Pero lo que es más importante es que es una imagen que expresa asimismo la manera de ver y tratar a los migrantes en los países en los que intentan entrar o entran y se los deshumaniza como una amenaza siempre latente, y cómo los extranjeros tienen que reconstruir su identidad afrontando esa experiencia. No hay que llamarse a engaño en este sentido: el estado civil de todo inmigrante, en cualquier país al que llega, es el de quien no pertenece a la sociedad por derecho de nacimiento o herencia y se le puede impedir la entrada o expulsar. 

Hay una escena ilustrativa en este sentido. Un vigilante de fronteras apunta con la cámara de su celular a la nube borrosa que en la película es el ser humano migrante que tiene frente a él. Probablemente lo hace para tomarle una foto con fines de identificación. Imagino, inclusive, que podría estar recurriendo a un programa de reconocimiento facial del que pudo haber sido registrado en una detención anterior. Es una imagen me hace recordar el documental Figuras de guerra (Francia, 2010), de Sylvain George, por lo tocante al intento de los migrantes de borrar aquello de su identidad que llevan en el cuerpo a pesar de la desterritorialización: se queman las manos para tratar de hacer indetectables las huellas digitales para las autoridades. 


Pero hay otra fuente de esto en Los conjurados, literaria, en tensión formal con los tópicos del desktop documentary, los efectos visuales y la abstracción electrónica que se impone al final del cortometraje. Se trata del poema “Escrito en arena”, del cubano de la diáspora Octavio Armand: 

Tu historia ¿qué dice?, ¿cómo te delata? 
Como el carey borra su rastro 
[…] 
Que el viento borre tus palabras 
Que borre tu rostro diciéndolas 
Que borre tu mano escribiéndolas 
Que borre tu cuerpo sufriéndolas 
 En cada palabra mueres 

Se trasciende en Los conjurados la cita de Armand al referirla a las columnas espectrales de “caminantes. Del yo lírico y del documental en primera persona ‒otro tópico del cine contemporáneo‒ se da así el paso hacia el plural, hacia el “nosotros”. El personaje internauta del cineasta migrante se reconoce como parte de esa humanidad en estos tiempos de recrudecimiento de la xenofobia, a pesar de la posición aparentemente segura en la que se presenta en el film. 

Valoro, además, en esta película la capacidad de hacer cine con inmediatez, de responder a lo que lo exige con urgencia, aun corriendo el riesgo de que se vuelva anacrónica con rapidez. No está acompañada en este caso de la comunicación por Youtube, como era destacado en los primeros trabajos de contrainformación del Colectivo Los Ingávidos. Pero en un festival como Syncro el gesto adquiere otro valor, el de una obra que se ha abierto camino por sus méritos propios hasta infiltrarse allí aunque por este detalle parezca fuera de lugar. ¿No es acaso esto otra analogía con lo que puede pasar con los migrantes?

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