Sinfon14 r3mix
Por Salvador Savarese
Filma en casa Cozarinsky. Edgardo Cozarinsky es lo más parecido a un padre que tiene cierta vertiente del cine argentino. Nacido en Entre Ríos pero porteño por devoción, supo hacerse un nombre en la década del 60 como crítico escribiendo en revistas históricas como Primera Plana y Tiempo de Cine. También fue guionista de Leopoldo Torre Nilsson, escritor de ensayos y novelas, y en los años ‘70 comenzó su labor como cineasta: su ópera prima “...(Puntos suspensivos)” (Argentina, 1970) fue de las películas más ácidas y libres de esa década cinematográfica marcada por la pacatería.
Cozarinsky supo ingresar al grupo de los viejos integrantes de la revista Sur y su figura aparece junto a ellos (Silvina Ocampo, Manuel Mujica Lainez y otros) en fotografías tomadas por Adolfo Bioy Casares. También tuvo el privilegio de ser mencionado como uno de los comensales en el monumental Borges del mismo autor. Las idas y vueltas de la Argentina hicieron que se tuviera que ir del país y viviera 20 años en Francia donde desarrolló una amplia y conocidísima obra como documentalista. Allí están títulos como La guerra de un solo hombre (Francia, 1982) o Boulevards du crépuscule (Francia, 1992).
En esta última película, en la cual el relato del destino de dos grandes actores franceses en el país es una coartada para recordar una Argentina de un tiempo muy otro, se recurre al testimonio de, cuando no, Adolfo Bioy Casares. El escritor es filmado en contraplano, en el aristocrático barrio de Recoleta y encuadrando su figura con el monumento ecuestre al general Carlos María de Alvear realizado por un escultor francés pero emplazado en un pedestal diseñado por un artista argentino. La unión del ángulo de cámara con la figura patricia en el fondo le da un aire al escritor como si fuera un prócer más de la Argentina. Bioy Casares es mostrado por Cozarinsky con todo el respeto que merecía.
Raúl Perrone nació en Ituzaingó y vivió toda su vida ahí. Con complejos para viajar -confiesa que pocas veces al año va a la Ciudad de Buenos Aires y que no se toma vacaciones- desde hace más de 35 años realiza una obra afincada en esa localidad. Poco a poco fue generando un corpus asombrosamente ecléctico que merece mayor conocimiento. Trabajó con actores famosos y desconocidos, contó con presupuestos altos y bajísimos, pasó de manejar equipos relativamente numerosos a ocuparse él solo de realizar la mayor parte de las tareas. Tendrá sus películas más o menos logradas -nadie es Dios- pero su estética y sus películas son únicas. Las expresiones “conurbano”, “bajo presupuesto” y “urgencia” pueden connotar un naturalismo que suele estar asociado a las películas ubicadas en esa zona -El bonaerense (Pablo Trapero, 2001), Gatillero (Cris Tapia Marchiori,2025) y un largo etcétera-, pero el Perro, como es conocido, si bien toma ese naturalismo como punto de partida de sus películas, las termina orientando hacia un territorio más irreal, donde gobierna la voluntad poética y de esta manera fue haciendo películas durante más de 20 años.
Pero algo sucedió en 2013: Raúl Perrone estrenó P3nd3j05, y ya nada fue como antes.
Desde el vamos la grafía del título -esa mezcla de letras y números que usan las nuevas generaciones- extrañaba, pero nada preparaba al espectador de su obra para lo que sería la película. En un giro estético pocas veces visto, Perrone sorprendió con una obra de dos horas y media, en blanco y negro, silente y con intertítulos. La banda sonora, de cumbia electrónica, completaba el combo. Allí estaban los temas de películas anteriores: el conurbano, sus jóvenes, la vida en esos lugares y cierto realismo; pero en este caso la voluntad poética se imponía con una fuerza inusitada. Todos estos elementos en principios heterogéneos funcionaban a la perfección y aún hoy la imagen de una joven suburbana entrando a un cine y viendo conmovida la escena de Vivir su vida (Jean-Luc Godard, 1962) en que la prostituta interpretada por Anna Karina veía a su vez, también conmovida, una escena de La pasión de Juana de Arco (Carl Th. Dreyer, 1928), emociona. Todo un triunfo estético y poético, P3nd3j05 es un clásico del cine nacional.
Hubo muchas personas entusiasmadas por esta película y uno de ellos fue Edgardo Cozarinski que había regresado definitivamente de Francia, seguía realizando documentales y había comenzado una carrera de escritor por la que fue reconocido. Después de ver la película consiguió el teléfono de Perrone, lo llamó y se reunió con él para elogiarla. Públicamente dijo que P3wn3j05 era “el mejor invento argentino después del dulce de leche”. Años más tarde, cuando el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el MoMA, le dio carta blanca para programar una muestra de cine Argentino, la película de Perrone fue una de las seleccionadas junto con obras de Lucrecia Martel y Leonardo Favio. El joven crítico de los años ‘60, el cineasta adulto que basculaba entre Francia y Argentina, el veterano referente de cinéfilos y directores se rendía frente a la poesía del creador de Ituzaingó.
Boulevards du crépuscule
Los años siguieron pasando. Raul Perrone, a partir de P3nd3j05 empezó a recurrir a la poesía antes que a la realidad para sus películas y los títulos, tan numerosos como antes, se fueron sucediendo. En alguna ocasión, se le ocurrió hacer una película de pelucas y miriñaques. Una película de época. Como P3nd3j05, y quizás de pura casualidad, iba a estar estructurada en tres episodios. Pero ésta iba a ser en colores, sonora, hablada en francés y grabada principalmente en interiores. Interiores de la localidad de Ituzaingó, desde ya.
Una de las historias involucraba un paseo en carruaje de ciertos personajes, entre los cuales se encontraba el Marqués de Sade. Para hacer del Marqués, el Perro lo llamó a Cozarinsky. El resultado fue Sinfon14, una película que se beneficiaba y mucho del actor Jean Pierre Noher hablando su francés natal en el primer episodio y la presencia de Cozarinsky en el último. Realmente da placer verlo haciendo de exponente de la clase alta francesa en decadencia, divirtiéndose más allá de la actuación. Pero la coda del film, donde Perrone reflexiona sobre la propia película con Cozarinsky, es extraordinaria: dos generaciones de directores hablando sobre el cine y el alma. Sinfon14 se estrenó en el año 2022. Un año más tarde, a fines de 2023, Edgardo Cozarinski estrenó el documental Dueto, que iba a ser su última película. Seis meses más tarde, a mediados de 2024, falleció.
Su muerte conmocionó: uno de los indiscutibles referentes y modelos del cine moderno argentino ya no estaba más en el universo.
En entrevistas y charlas, Raúl Perrone se muestra como una persona que está más allá de todo. Es difícil verlo con alguna expresión excesiva. Pero el fallecimiento de Cozarinsky, él lo mencionó públicamente, lo marcó. Fue así como buscó material de la filmación de esa película, lo analizó, lo montó y de esa manera surgió Sinfon14 r3mix, que se presentó en la edición 2025 del Doc Bs As.
Esta película es un mediometraje de 40 minutos compuesto por material del backstage y de las tomas no utilizadas de Sinfon14. Vemos como Cozarinsky llega a la locación, como le van terminando de aplicar el vestuario, como se ensaya, como se hacen las tomas y retomas, y como Cozarinski está siempre alegre, divirtiéndose, tomando una copa de vino que le exige su personaje, dentro de un interior de diligencia muy del cine de Perrone, hecha de retazos y con los vidrios rotos. Pero la imagen ya no es en color sino que es en un blanco y negro duro, contrastado. Es que Edgardo no está y todas las tomas, aun las más alegres, destilan tristeza. Poco a poco la emoción va surgiendo hasta llegar al final en que Perrone repite la misma charla entre directores de la película anterior. La desaparición de Cozarinsky y la frase sabia, memorable que pronuncia aparece completamente resignificada: “el cine es alma robada”.
La inclusión de tomas de Cozarinsky mirando hacia la cámara, con una expresión hasta desafiante, adquiere después de su muerte un significado completamente diferente. Volvemos a esa mirada en contrapicado hacia Bioy Casares, llena de respeto, que le prodigara Cozarinsky. Al momento de fallecer, la estatura como hombre de cine y letras -como hombre de arte- que había adquirido Edgardo, hacía tiempo que lo había hecho merecedor de un plano semejante para homenajearlo. Pero no fue así. Fue la mirada de un cineasta del proletario conurbano bonaerense el que, encuadrandolo a la altura del rostro, le hizo el mejor homenaje que el cine le pudo regalar al último padre del cine argentino. Perrone despide al último Sur.
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