Quebrante, Estrelladistante y 315
Por Pablo Gamba
En el festival de cine y video experimental Videoex de Zurich, Suiza, estuvieron los cortos Quebrante (Brasil, 2024), de Janaina Wagner, y Estrelladistante (Chile-España, 2023), de Celeste Rojas Mugica, así como el video 315 (Países Bajos-Perú, 2023), de Daniel Jacoby. Los dos primeros tratan de fuerzas que intervienen en un territorio, causan transformaciones y dejan huellas, pero también provocan respuestas. Son películas sobre el espacio. El tercero es sobre el tiempo, de cómo pueden confluir fuerzas para conformar unos acontecimientos y borrar otros.
Estrelladistante estuvo antes en el Ficvaldivia y Doclisboa, entre otros festivales. Hay dos referencias claves de la película de Rojas Mugica. Una es el título, que trae a colación la novela Estrella distante (1996), de Roberto Bolaño; la otra, el proyecto Ejercicios de aridez (2017-2021), en el que investigó sobre el impacto de la represión de la dictadura de Augusto Pinochet en el desierto de Atacama, donde fueron enterrados, para que “desaparecieran” por siempre, muchos de los asesinados por la represión.
Un personaje del libro del escritor chileno es un poeta aviador de la Fuerza Aérea de Chile que escribe poemas en el cielo durante la dictadura. En Ejercicios de aridez hay una mujer que recibe una foto de un inmenso dibujo trazado en el desierto. Es de un corvo, como llaman a un tipo de cuchillo utilizado para torturar y matar, y que es emblema de los militares.
El cielo y la tierra de las dos obras citadas son como los polos de Estrelladistante, cuyo relato puede seguirse con la ayuda de un texto que apenas se esboza al final. No refiere explícitamente a la dictadura sino a un arma de alcance cósmico y a un personaje de la mitología griega, el titán Perses, que construyó un espejo en el cielo para cegar con un haz de luz a los habitantes de la tierra. Esto, junto con la importancia que adquiere lo sensorial, ubica para mí esta pieza en un terreno cercano al de los cortos de una realizadora sobre la que hemos escrito: Juanita Onzaga.
La búsqueda de Rojas Mugica en este cortometraje me hace pensar en una imagen acontecimiento, que apunta hacia causar un estallido de la experiencia habitual de percepción del mundo. Pero también me remite al relato mítico, en tanto se identifica por la forma como que se expresa, según Roland Barthes. El corto consigue un tono singular acorde llevando hacia la abstracción los que se podrían reconocer como tópicos visuales y sonoros de la ciencia ficción, en las partes de animación del comienzo, y por la fragmentación y superposiciones características del cine experimental con las que construye la nueva visión posterior a los estragos. Esto comprende una progresión que va de la metáfora de la ceguera causada por la luz, que puede ser el fotograma quemado por el proyector, a rayogramas y sobreimpresiones.
Estrelladistante propone así un mito de muerte y renacimiento. Su conjugación con los apocalipsis de la ciencia ficción, sin embargo, desborda y transgrede la temporalidad mítica, el tiempo sin tiempo del mito, su condena a lo eterno, a lo cíclico. Crea también una apertura a la percepción de otro mundo real bajo la superficie calcinada del desierto, en las cavernas. Hay allí entonces, en las entrañas de la tierra, un espacio en el que el tiempo parece volver a su comienzo y donde se abre a la posibilidad de una vida futura diferente.
Podría ser discutible el recurso a la mitología griega en esta película, pero creo que se trata de evitar las culturas originarias como lugar común de hoy. Un problema, creo yo, persiste en la tendencia a hacer un cine político, pero evitando el discurso explícito, orientando esta búsqueda hacia el campo de la percepción. Es una inhibición frecuente en el cine actual.
Quebrante se estrenó en la sección Forum Expanded del Festival de Berlín. Es una pieza en la que se percibe la impronta de la formación de Janaina Wagner en la etnografía experimental de la escuela francesa Le Fresnoy, en particular por la introducción de un elemento fantástico para crear interferencia en las percepciones del paisaje automatizadas por los hábitos de la exposición a los medios de comunicación y la experiencia directa.
Si Ana Vaz y Laura Huertas Millán han recurrido a los gráficos de computadora para insertar elementos arquitectónicos modernistas que contrastan con el paisaje de la sabana o la selva latinoamericanas, Wagner emplea una técnica de utilería tradicional para crear la Luna que en su cortometraje cae a la tierra. Esto crea una falta de solución de continuidad con el entorno cotidiano del pueblo rural en el que se desarrolla la película.
Es un globo la Luna en esta película, grande, pero no lo suficiente como para que no puedan jugar con ella los niños y niñas de una escuela. De esta manera, la apertura hacia un futuro de ciencia ficción construye un tiempo que es de escala cósmica, pero a la vez del día a día de la gente del lugar. Se confronta con otro tiempo, el de los proyectos del desarrollismo, y le responde desde la tradición con un conjuro, el quebrante del título.
Hay una referencia al cine brasileño que trae a colación el corto de Wagner: Iracema: uma transa amazônica (1974). El estreno de la película de Jorge Bodanzky y Orlando Senna sobre la carretera Transamazónica coincidió con la inauguración del primer poblado inaugurado en la ruta bajo la dictadura militar por el presidente Emilio Médici: Rurópolis, en el estado de Pará. Allí se rodó Quebrante, transcurridos casi 50 años desde entonces. La película también recurre a la ciencia ficción para establecer una comparación con la construcción de la carretera de casi 5000 kilómetros que cortó como un tajo la selva. Se la asemeja al choque con la Tierra de un cuerpo celeste de aproximadamente el mismo tamaño de Marte. Así como en Estrelladistante hay una polaridad entre el cielo y los espacios subterráneos, en Quebrante la hay entre el progreso que cayó violentamente y las cuevas que se descubrieron después, como si el desarrollo hubiera expulsado una materia como la que voló al espacio con el impacto cósmico y formó la Luna.
El progreso se fue, dejando abandonadas obras de escasa utilidad hoy, como el Hotel Presidente Médici. Pero no hay que ver esto como una repetición del tópico del fracaso de la modernidad en la periferia, una mirada típicamente europea. Hay una maestra en Quebrante, la señorita Erismar, que como exploradora de las cuevas que tanto abundan en torno a Rurópolis parece una continuadora de la ciencia de los naturalistas, aunque la llaman “mujer de las cavernas”.
También el juego es un modo moderno de aprender astronomía, coreográficamente, para las niñas de la escuela. Janaina Wagner lo aprovecha para citar una película sobre cuerpos que danzan y el cosmos: The Very Eye of the Night (Estados Unidos, 1958), de Maya Deren.
Sin embargo, la característica más importante de Quebrante, a mi entender, es la combinación de estos recursos del documentalismo actual con técnicas más convencionales, pero que hacen valer también el poder testimonial de las imágenes y los sonidos. Son la entrevista, las fotos de archivos oficiales y aquellas otras que provienen del álbum de Erismar, por ejemplo. Hay una semejanza en esto con La laguna del soldado (Colombia-Canadá, 2024), de Pablo Álvarez Mesa, película sobre la cual también escribimos en el blog.
Pasando a 315, el título hace referencia al día de nacimiento de Daniel Jacoby, fecha también de una serie de acontecimientos históricos y mediáticos que trazan una temporalidad oficial. Siguiéndola con sutiles paralelismos, el artista hace una crónica de su vida trabajando con videos familiares y otros materiales de archivo. Hace correr la cinta a velocidad análoga al pase de una película que se detuviera fotograma a fotograma como examinando ese tiempo, mientras va diciendo en voice over la relación de efemérides y la relación con el transcurrir de su vida.
Pero hay un punto ciego, mencionado explícitamente en la larga lista al comienzo como ausencia. Es una masacre que cometió en 1989 el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Un grupo de guerrilleros asesinó a ocho personas en un bar gay al que también acudían transexuales, en una acción terrorista para “eliminar” las consideradas por ellos “lacras sociales”. El crimen se cometió durante conflicto armado en Perú de las Fuerzas Armadas y policiales contra Sendero Luminoso, además del MRTA (1980-2000). Se comenzó a investigar en 2014. Lo que sucedió recibió reconocimiento oficial y las víctimas homenaje, pero sin castigo aún para los culpables.
Jacoby se interroga en este ensayo farockiano sobre la no imagen de una herida que ha permanecido abierta en la sociedad durante toda su vida, sin que llegara a enterarse de ella hasta la edad adulta. Plantea preguntas acerca de cómo los realizadores de los registros de video, su familia y los medios de comunicación, conformaron la representación de un mundo en el que nunca pareció que se hubiera cometido ese crimen y cómo su masculinidad se forjó con esas imágenes. Es una reflexión que en la segunda parte tiene correlatos visuales en la distorsión, primero, y el desplazamiento del interés, después, hacia las manos de diversos personajes.
Esta no es una obra particularmente original por lo que respecta a la crítica de las representaciones sociales ni a su búsqueda formal. Pero hay algo que me parece muy valioso, y es cómo, en el marco de la demanda contemporánea de mirar con desconfianza las imágenes, 315 sostiene y redimensiona el repudio del crimen invisibilizado y sin castigo. Es como si el cine recuperara débilmente algo del poder que se le atribuyó en el pasado de ser “fiscal acusador”, como dice Erik Barnouw. Quizás también es algo difícil de evitar en el cine de América Latina.
Comentarios
Publicar un comentario